¿Derecho a la ingerencia?

¿Derecho a la ingerencia?

Hace poco, el embajador de Estados Unidos, Hans Hertell, intervino ante la Cámara Americana de Comercio e hizo una serie de interesantes puntualizaciones, en nombre de lo que «los amigos le dicen a los amigos en tiempos difíciles».

El embajador sabe de lo que habla, pues no hace mucho tiempo, Francia, Alemania y otras naciones amigas y aliadas de los Estados Unidos, debieron decirle a la administración norteamericana, en base a ese mismo principio de amistad, lo improcedente de una intervención en IrakPero bueno, esa es materia para otras disquisiciones. Hoy nos interesa el discurso del embajador Hertell.

Es probable que personas ligadas al grupo que actualmente gobierna en nuestro país, hayan pensado que «favor con favor se paga». En otras palabras, si el gobierno del PRD decidió enviar tropas para ocupar un territorio «lejano y distante», respondiendo positivamente a la solicitud norteamericana y participando así en el esfuerzo por debilitar el rol de la ONU, justo es que esperaran correspondencia. Pero no en el sentido institucional, como ya lo hace Estados Unidos aceptando integrar a la República Dominicana a sus esquemas regionales de acuerdos comerciales, sino en un plano algo más prosaico, o sea, el de los favores personales.

Como el actual mandatario dominicano acostumbra dar respuesta a los problemas en función su exclusiva voluntad personal, quizás él piensa que en los Estados Unidos se actúa de la misma manera y que las prerrogativas del presidente norteamericano son similares a las suyas, es decir, cuasi monárquicas, y que la separación de poderes tiene los mismos ribetes de ficción que tiene en nuestro país. Como se sabe, el presidente norteamericano tiene inmensos poderes, pero tan inmensos son los del poder legislativo y sobre todo, del judicial. De manera que las decisiones individuales y/o voluntaristas tienen en ese país menos espacio.

Estados Unidos tiene una deuda de gratitud con la República Dominicana, uno de los países miembros fundadores de la ONU, desde el momento en que el actual gobierno decidiera hacerse copartícipe de una operación que en fin de cuentas debía conducir al «cualquierización» de la ONU y a su sustitución por una fuerza emergente de jueces y partes en la escena internacional, encabezada por los Estados Unidos. Como ya se sabe, ese esquema ha sido desarticulado por la vida, pero queda el favor pendiente.

Atendiendo a esa realidad, el grupo que gobierna hoy en nuestro país, ha estado confiando, pese a todos los indicios contrarios, que una mentada amistad personal del presidente Mejía con el embajador Hertell era garantía del compromiso norteamericano con la aventura reeleccionista. Olvidan esos novicios que los países, mucho menos los grandes, no tienen amigos eternos. Sus predilecciones en ese orden, responden a sus intereses y a las circunstancias.

Ya no vivimos en plena Guerra Fría (aunque sus efectos todavía se hagan sentir, como le pasó a una amiga muy querida, victima reciente de atropellos de la burocracia americano-cubana del aeropuerto de Miami») y lo que se justificaba hace unos años atrás, por ejemplo, respaldar los fraudes balagueristas, está «fuera de onda», sobre todo si el equipo gobernante dominicano, a la luz de la dura experiencia que está viviendo nuestro pueblo, es el problema y solo parte de la solución.

El nivel de incompetencia, que siembra la inseguridad en todos los rincones del país y se constituye en factor desestabilizador (al lado de un Haití inmerso en el caos), es lo que más preocupa y motiva que el embajador norteamericano, aunque «Estados Unidos no vota en estas elecciones», se permita hacer duras críticas y trazar pautas. El estilo no es siempre el mismo en los diplomáticos norteamericanos (o de cualquier otra gran potencia similar, o sea, Francia, Gran Bretaña), pero en gran medida éste depende del interlocutor.

Y como el actual gobierno dominicano, no solamente falta el respeto con sus actuaciones a los cerca de 9 millones de dominicanos(as) que le soportan, y sus actuaciones están marcadas por la inconsistencia en todos los planos, incluido el exterior, provoca que se lo falten también a él. En ese contexto se enmarcan las advertencias reiteradas del embajador norteamericano quien, como sus colegas europeos, abriga dudas sobre la honestidad de quienes gobiernan a la hora de en que se celebren unas elecciones que a todas luces pondrán fin a la infortunada experiencia (para el pueblo dominicano) que se inició el 16 de agosto del 2000.

Independientemente de si las palabras del embajador Hertell son justas o no, lo que da pena y dolor es que, a los 160 años de la independencia nacional, nuestro país no tenga un gobierno que se haga respetar en ambos planos, el nacional y el internacional y tengan que venir de fuera a ejercer un ya inevitable ejercicio de ingerencia, al que lamentables inconductas políticas contribuyen a darle categoría de derecho.

Publicaciones Relacionadas

Más leídas