Derecho torcido

Derecho torcido

JOSÉ ALFREDO PRIDA BUSTO
Este es el país de las sorpresas. Al levantarse uno cada día no sabe qué nueva situación va a encontrar. No hace Dios más que encender la luz de la mañana cuando ya tenemos un nuevo sobresalto. Ahora se nos han puesto de moda los autos de “No ha lugar” en lugar de sentencias claras y contundentes en los juicios que se están ventilando en los tribunales. Me refiero a los juicios significativos. Los que deben dejar huella en la sociedad. Y vaya que la están dejando.

Han sido casos en los que, en el fondo, lo que se ha querido juzgar ha sido un pecado capital: el abuso. Contra la sociedad. Contra instituciones públicas y privadas. Pero sobre todo, abuso cometido por personas contra personas. Los abusos dejan huellas que no se borran. Tienen mucho que ver con el sentimiento de impotencia de las víctimas.

Con esta última modalidad de dar por terminados algunos procedimientos judiciales, ha salido a relucir aquello de que no todo lo que es justo es legal y no todo lo que es legal es justo. No sé de leyes, como dice la gente. Pero no veo claro que estén sucediendo las cosas que están sucediendo. Y hay abogados que, como otros tantos políticos, tienen nichos especiales en la apreciación de mucha gente. Sean defensores, fiscales o jueces.

Definitivamente hay algo en el sistema que no está funcionando. O que, funcionando, no está brindando los resultados que la mayoría espera.  Porque no es posible castigar lo que se entiende que tiene que ser castigado. Dadas las circunstancias, podrían parecer muchas cosas.

Podría parecer que los fiscales no están lo suficientemente preparados como para armar un caso como tiene que ser y llevarlo hasta sus últimas consecuencias. Quizá no tienen mucho interés o el mucho interés les hace caer en descuidos que dan al traste con los tan sonados casos. Luego de campañas de  publicidad en la prensa y proclamación a boca llena de que no habrá vacas sagradas.

Podría parecer que ante lo fuerte del compromiso, algunos jueces han encontrado una tabla de salvación en una declaración neutra, sin sentenciar culpabilidad o inocencia. Quizá les es más cómoda la posibilidad de no quedar del todo bien con la opinión pública, que a la postre no irá más allá de hablar, que con otros sectores. En algún momento las cosas se olvidan porque nuestra memoria colectiva no se caracteriza precisamente por su fortaleza ni su longevidad.

Podría parecer que los abogados defensores son los que más saben de derecho o del manejo de incidentes para ganar los casos. Quizá tienen unos incentivos que los otros no tienen y que los hacen trabajar con más ahínco. El trabajo de la persona tesonera conduce al éxito.

Podría parecer que en el proclamado afán por hacerlo más justo, el nuevo código defiende excesivamente a los supuestos transgresores de la ley. Quizá los que lo prepararon y redactaron no repararon más que en los aparentes muchos derechos de algunos y los muy pocos de otros. Es como si hubieran dado vuelta a la tortilla que anteriormente estaba supuestamente mal y no precisamente para ponerla bien.

Podría parecer que la sociedad misma no tiene especial preocupación porque se haga justicia. Quizá hay elementos interesados manejando ciertas cosas tras bastidores. Siempre se habla de individuos que pertenecen a grupos que quieren mantener garantizada su sempiterna impunidad.

Uno puede pensar lo que quiera. Es muy probable que las apelaciones, de llevarse a efecto, no cambien el panorama. Ya hay jurisprudencia. Se sentaron precedentes. Se hace muy fácil seguir el camino de la recurrencia. Mucho más cuando no compromete. Con cada caso se está creando más de un pintoresco derecho consuetudinario.

Siguen cayendo los santos de sus peanas. Día a día. Inexorablemente. Triste. ¿En quién podremos creer mañana?

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