Derechos de almohada

Derechos de almohada

Apreciadísimo Ladislao: -Los hombres, como bien sabes, han inventado la guerra, las bombas, las matemáticas. Tres especialidades masculinas son, sin duda, las matanzas, los explosivos y las abstracciones. Las mujeres, según me has dicho que opinaba tu padre, fuimos las primeras ceramistas, las primeras colectoras de granos en el periodo que llaman “de vida sedentaria” los antropólogos. Recuerdo contaste un día en la universidad que tu padre decía sonriendo a tu madre: “los cacharros de barro con los que comenzó la civilización fueron obra de las mujeres”. Tu padre no podía sospechar entonces que tu madre trabajaría tantos años en la industria de porcelana húngara.

-Concluía: “sin la cocina y la mesa no hay ciencia ni literatura”. Me atrevo a decirte estas cosas porque de ellas hemos hablado en el pasado con entera “libertad de conversación”, libertad de difícil ejercicio entre un hombre y una mujer. No debo dar consejos a un hombre inteligente, mayor de edad, con títulos académicos y voluntad de rinoceronte. Empezaste a pensar en la redacción de tu libro en las calles de Budapest. Esperando en el aeropuerto la hora de salida de un vuelo a Praga topaste con un antillano que te dio a conocer una historia intrigante. Si mal no recuerdo lo volviste a ver en otro aeropuerto cuando marchaste de Hungría.

-Eso bastó para que te asaltara la ventolera de conocer las islas del Caribe. Parece que los datos más importantes para tus escritos los consigues, en archivos de Europa, por medio de un estudiante. ¿Puedes escribir con más comodidad en lugares insalubres donde no existen bibliotecas ni archivos bien organizados? Hace unos años bromeabas con aquello del “derecho de cama y almohada”, uno de los derechos humanos fundamentales. He sostenido siempre que organizar la “rutina apabullante” de la vida es esencial para escritores, científicos, pensadores.

-Esa organización de las rutinas laborales la establecen mujeres: madres, amantes, esposas, preocupadas por la salud de hombres vehementes que se muerden la cola. Creo más en la “estabilidad burguesa” de los escritores norteamericanos de comienzos del siglo XX, que en la bohemia desenfrenada de los artistas vieneses. Alguna vez dijiste de ellos: “esos tipos practican la autofagia”. (Ubres de novelastra; 2008).

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