Derechos de los torcidos

Derechos de los torcidos

PEDRO GIL ITURBIDES
La sociedad tiene derechos. Sin embargo, ¿cuáles son esos derechos y cómo atribuirlos? Cuando contemplamos a la sociedad en su conjunto, la afirmación asume un valor discutible. La sociedad por sí misma es un atributo. Individuos, grupos y comunidades yuxtapuestos, flexionan para sobreponerse y crecer.

¿Cómo puede asignarse un derecho al conjunto en medio de las contorsiones individuales, dirigidas al logro de metas parciales? ¿Qué derechos puede asumir un conglomerado en el que las individualidades se explican en indescifrable anonimato? Empero, la sociedad tiene derechos. Ella como suma de las partes tiene derecho al orden social y al bien común.

El orden social entraña una adecuada y apropiada organización de las comunidades civiles y políticas, y, en éstas, de las comunidades intermedias y las personas. Porque justo es señalarlo, más que individuos juzgados como partes, las sociedades se integran por personas.

Seres humanos en los que el hálito divino impele al individuo contemplado como instinto de la materia, hacia un destino escatológico. Hacia un retorno de ese don hacia su Creador. Por ello conviene establecer que la sociedad tiene derechos, conculcados por unos, aplastados por otros, olvidados, casi siempre por minorías que se imponen. Y en el movimiento pendular al que nos abandonamos por holgura, toca resaltar ahora los derechos de los torcidos.

Tema de agrestes miramientos lo es éste de los derechos humanos de quienes tienen comportamiento torcido. Pero si queremos conservar aceptación entre cuantos marchan en casi todos los asuntos a contrapelo de lo racional, tiene uno que propalar que es partidario de los derechos de los torcidos. En la batalla se pierden los derechos de la sociedad, pues la moda impone discriminar por el bien de los torcidos.

Se relega por tanto el derecho a conservar con tranquilidad el fruto del esfuerzo. Y al descanso sin desasosiegos ni amenazas de turbamultas. Y a marchar sin sustos por calles y carreteras, en la seguridad de que el guardia es guardia, el policía policía y los demás son mi prójimo.

Se olvida el derecho a conservar vehículos, prendas, carteras y celulares ganados con el sudor y la brega cotidianos, por cuantos son parte de esa sociedad. Porque en la sociedad los únicos que tienen derechos conforme la nueva y más bullosa de las olas, es el que tiene comportamientos torcidos.

Pienso, pues, que se impone respaldar a los mandos militares y policiales que tratan de restaurar el derecho de la sociedad. De alguna manera hay que distinguir las conductas rectas de las torcidas. Y procurar que las segundas no trasciendan y ahoguen a las primeras, prevalidas del furor de cuantos defienden sus derechos. Los tienen sin duda, pues son parte de la sociedad. Pero los conservan -porque todo derecho es ganable y atribuible- en la medida en que son capaces de comportarse como seres humanos dentro de su comunidad.

Uno de los graves problemas de la sociedad dominicana es su proclividad a la inequidad y a la injusticia social. Ambas formas de ruptura con el orden social son abrevadero de las conductas torcidas. Pero si estas últimas prevalecen y ocupan el espacio que corresponde a la persona de respeto y de apropiada conducta, la sociedad se encamina a su disolución.

En el escarceo entre derechos humanos de los de comportamientos torcidos y derechos de toda la sociedad, hemos de elegir, temprano, si queremos concretizar una nación viable. Y hemos de proclamar sin miedo a quienes nos digan que los de conducta torcida tienen derechos, que antes que de ellos, los derechos son de la sociedad.

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