La libertad y el libre albedrío son valores que se instauraron en el mundo con la expansión del cristianismo en Europa y América.
Juntos al tema del amor, constituyen la regla de oro para todas las relaciones humanas.
La Revolución Francesa impuso la igualdad de los hombres ante la ley, la libertad de elegir y ser elegido, la de transitar y asociarse libremente; pero el principio de la fraternidad enarbolado por dicha revolución nunca pasó de ser una práctica de minorías y un buen deseo para con los semejantes más semejantes; no tanto así con los que son diferentes o extraños.
Actualmente se han hecho grandes adelantos en cuanto a los derechos de personas que tienen alguna particularidad, como ser de una etnia minoritaria, tener una minusvalía, debilidad o desventaja relativa, o ser “distintas”.
Pero hay un tipo de derechos que se deriva de la idea de que cada persona puede hacer con su cuerpo y con su vida lo que le venga en gana.
Esa opinión tiene grandes fallas conceptuales. Por ejemplo, el suicidio no es un derecho. Según Lawrence Stevens, en su libro “Suicidio”, el hecho que en Estados Unidos se encarcele a la gente que piensa y habla del suicidio implica que, a pesar que la Constitución habla de libre expresión y a pesar que los estadounidenses afirman que viven en un país libre, la realidad es que muchos si no es que la mayoría de los ciudadanos de ese país no cree en estas libertades (además, rechazan el derecho del individuo a suicidarse)”.
Lo mismo, podemos nosotros decir del derecho de un niño a hacer lo que el quiera con su cuerpo, en particular, con sus órganos sexuales.
Aunque las relaciones sexuales puedan incluso ser beneficiosas para la salud, no todo lo que es bueno para la salud individual lo es para la salud y el bien de la comunidad.
En el terreno de la delincuencia, es posible que un sicario adolescente no se percate del daño que él le inflige a la sociedad a cambio de que su mamá y sus hermanitos puedan comer con el producido de sus delitos.
Benito Juárez recomendaba respetar el derecho ajeno como fórmula de convivencia.
En nuestro país hay mucha preocupación respecto a los renovados intentos de introducir conductas sexuales y libertades nuevas, debido, no solo a consideraciones morales o espirituales, sino a las incapacidades de nuestro Estado y sociedad en cuanto a controlar la dispersión y anomia que se desarrolla conjuntamente con las nuevas libertades y formas de conductas importadas. Nuestras familias, iglesias e instituciones públicas (no solo la Policía) carecen de mecanismos y recursos para mantener esta sociedad funcionando con niveles manejables o razonables de dispersión conductual.
Mientras el tráfico y el consumo de narcóticos en USA es un factor de “disturbancia” menor, en países como el nuestro casi han tumbado gobiernos. Los países desarrollados tienen sistemas institucionales sólidos y pu eden soportar niveles de dispersión y anomia que nuestro sistema de instituciones de ordenamiento y seguridad social no resisten.