Derrota de la criminalidad

Derrota de la criminalidad

PEDRO GIL ITURBIDES
La Policía Nacional llama a filas. Para el reclutamiento de nuevos integrantes, el cuerpo de orden público establece requisitos novedosos. Este diario, a través de varias sucesivas informaciones, da cuenta de que se buscan jóvenes que hayan alcanzado el Bachillerato. Antes se enlistaban con el octavo de básica y segundo curso del nivel medio. Con unos cursos más, se espera que los futuros agentes asuman conducta diferente a la mostrada, hasta ahora, por muchos oficiales y clases.

¿Y la educación doméstica, a qué nivel se exige? ¿Incluye ésta algún grado de formación ética y cívica? ¿Hay requerimientos relativos a estas modalidades de la maduración de la persona humana, es decir, del carácter y su visión de la vida? Porque lo del nivel de la educación formal carece de importancia si de por medio no hay una educación hogareña dirigida a que se distinga el bien del mal. Y a inclinarse por el bien.

No resulta del acaso un carácter forjado para la integridad y el honor, que asuma el temor como forma del amor a Dios, y prefiera el bien. De nada vale el cuarto del Bachillerato o el entrenamiento por policías de Nueva York, sin esta otra forma de ver la existencia humana. Solamente cuando en un hogar se han transmitido valores y principios que perfilan a la persona como un ser civilizado, se consigue un ciudadano probo. Y éste, por supuesto, sirve a todo fin altruista y civilizatorio.

A lo largo de los años les he hablado de Rosendo Santos Acevedo, un agricultor que vive en Las Cabuyas, un lugar de la sección Ranchito, en La Vega. Chendo es un campesino en el estricto sentido de la palabra. Su hablar remeda los modos del hombre escasamente ilustrado. Chendo es para nosotros, sin embargo, ejemplo del tipo de persona que la República debía criar si pretendiera lograr que su Nación fuese mejor.

Austero sin caer en la cicatería, amoroso como hombre de familia, religioso, apegado a principios de vida más o menos perennes, es persona cabal. Hasta hace unos años fue Ayudante de Alcalde Pedáneo. No es el único dominicano con su característica. A lo largo de más de cuarenta años de viajar por ciudades, pueblos y villorrios, he conocido a muchos como él. No pretendo hacer una lista de ellos, pues sería prolija una relación de esta naturaleza. Sólo quiero revelar que la semilla existe. El único problema es que el Estado Dominicano no lo sabe, porque no lo saben los que ejercen el poder desde sus estructuras funcionales, los gobiernos central y locales.

Se prefieren figuras de retorcidas conductas, de borrosos perfiles del carácter, en el entendido de que por ello son dúctiles y maleables. De ahí que sea fácil propagar la contravención a toda forma de orden público y orden social desde las estructuras que la sociedad crea para fomentar la paz y el orden en las comunidades.

Creo que sí, que la criminalidad será contenida. Que ataques contra el trabajo productivos por parte de rufianes, serán eliminados. Que los asaltos callejeros al granel serán limitados. Que si se logra que los activadores de teléfonos celulares no rehabilitan unidades robadas, estos robos podrán quedar atrás. Pero todo ello, y otras formas no enumeradas de criminalidad, no tendrá sino un dique más o menos firme en la medida en que el poder político lo acicatee en un instante.

Las causas de los males, sin embargo, seguirán latentes. Comprendo, por ejemplo, que un camión con sacos de arroz pueda desviarse de su ruta y el cargamento robado. Un saco de arroz al lado del otro es confundible e inidentificable. Pero, ¿una televisión con marca irrepetible e irregistrable, con números de serie y modelos que los distinguen entre el montón? Estos equipos pueden perderse únicamente si pervive la connivencia en las estructuras mentales de los grupos sociales.

Y es por ello que para derrotar la criminalidad se impone superar las taras de un remoto pasado que hemos contenido en algunos instantes, pero que no hemos eliminado. A las raíces tenemos que dirigirnos, para constreñirlas y modificar su curso, para forjar personas humanas con sentido de integridad y honor. Solamente si un trabajo combinado de gobiernos, Iglesia y familias se dirige a ello, derrotaremos la criminalidad.

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