Derrota de la dictadura

Derrota de la dictadura

Naya Despradel logró despertar en mis recuerdos los días en que Darío Trujillo derrotó a su tío en las urnas. Al rememorar la historia de Jean y Pilar, hizo breve referencia a los comicios de diciembre de 1960. Tal cual es presentada la versión, Darío perdió en la contienda por la Sindicatura del Distrito Nacional frente a don Tomás Báez Díaz. La historia, tal cual resonó en la capital de la República en los finales de 1960, no es tan simple. Darío, conforme el runrún de aquellos días, ganó. Don Tomás, a contraviento de imprecisas, sordas y aparentemente infundadas alegaciones, fue declarado triunfador.

El régimen declinaba. Un año antes se había producido la invasión de jóvenes dominicanos y de otras nacionalidades que llegaron por Constanza, Maimón y Estero Hondo. En enero siguiente se descubrió el movimiento insurreccional clandestino y sus integrantes comenzaron a caer presos. En noviembre mataron a las hermanas Patria, María Teresa y Minerva Mirabal.

En el trasfondo de todos esos sucesos se contemplaba el cambio. Varios años antes no se habría escuchado la voz de la protesta ardiente, levantada en el púlpito. Tampoco habría corrido la noticia del asesinato de las hermanas Mirabal, como se escuchó dos o tres días después de perpetrado el horrendo crimen. Para muchos desafectos, derrotar al Partido Dominicano se volvió una consigna no coordinada. De ahí el triunfo de Darío Trujillo.

Papá, que mantuvo hasta su muerte su nacionalidad natal, sufragó por Darío Trujillo. Llegó a la casa con rostro iluminado y pregonó que había votado. Mamá mostró su sorpresa, pues como español residente, no nacionalizado, no debía figurar en listado de electores. Papá dijo que uno de los integrantes de la mesa lo anotó a pie de página.  Estaba gozoso, pues dijo que el doctor Pedemonte, que vivía al lado de la Escuela Padre Billini, también concurrió a urnas. Y lo mismo hicieron los doctores Fernando Morbán y Pedro Fernández, odontólogos, a cuyo común consultorio no concurrían pacientes que no tuvieran pantalones bien puestos. Mamá comenzó a rezar, porque aseguraba que papá vivía para buscarse dificultades.

Impertérrito, papá añadió:

-¡Trujillo se llevará una sorpresa! ¡El Partido Dominicano perderá estas elecciones! Porque aunque el candidato que ganará es un Trujillo, es uno de esos familiares de Trujillo a los que él menosprecia. Es un Trujillo de segunda.

Era verdad. Pero no fue cierto. Al parecer, Darío logró el triunfo debido al voto de cuantos lo miraban como “la confrontación”. Su tío, Rafael L. Trujillo, empero, no podía darse ese lujo. De manera que los números fueron arreglados en la Junta Electoral del Distrito, para recomponer el resultado de los comicios. Darío no se cruzó de brazos y escenificó protestas en varias calles de la capital. Desde el campanario del templo dedicado a María la virgen como Nuestra Señora de la Altagracia, llegué a ver uno de estos desfiles. Las pancartas pregonaban el fraude. Por cierto, la marcha no llegó más que a la calle Duarte, en donde fue dispersada por la policía.

El runrún del triunfo y del fraude no se acalló, sin embargo.

La proclamación de don Tomás, por ende, no se hizo sobre un lecho de rosas. Porque la dictadura había librado una batalla electoral que ganó en la Junta y perdió en sectores de una opinión pública que ya ardía en cuestionamientos.

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