¡Derrotemos nuestras estrecheces!

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FIDELIO DESPRADEL
Les recuerdo que en mi pasado artículo planteaba que teníamos que seguir de cerca las nuevas iniciativas de los zapatistas, dirigidas a los movimientos sociales, a los intelectuales y a la izquierda partidaria, no sólo en México sino en América y todo el mundo.

La nueva estrategia del EZLN apunta a crear un fuerte movimiento social y político, de izquierda, en México y en el mundo, y esto lo hacen a la manera zapatista, que ha demostrado ser una forma muy distinta a las formas como se concibe y se hace la acción política desde las distintas trincheras de la izquierda en todo el mundo.

Fíjense que soy muy cauteloso; planteo tan solo que hay que ponerle mucha atención a esta nueva experiencia. ¿Por qué esto es tan importante? Hay una oleada de gobiernos progresistas en América Latina, y los pueblos y las gentes empiezan a ver el futuro con un cierto optimismo que estaba totalmente ausente, tan sólo unos años atrás. Este es un primer aspecto.

El segundo aspecto es que algunas personas (esto de personas es una forma de decir) están empezando a plantear que los Estados Unidos está entrando en una etapa de decadencia; otras plantean que ya se están prefigurando los «primeros pasos de una megacrisis», económica (y por tanto social y política) a nivel planetario, «megacrisis» ante la cual la de mediados de los 70 resultaría ser tan sólo un simple asomo. Es evidente que se trata de palabras mayores.

Pero resulta que, a diferencia de finales del siglo XIX y principios del XX, cuando el movimiento social amenazaba el orden existente, existía un sólido movimiento intelectual en Europa, que dilucidó y debatió con gran certeza las características, los caminos, las distintas tácticas del comportamiento del movimiento progresista y de izquierda de la época. Hoy, a diferencia de esa época, todavía estamos viviendo los efectos devastadores del fracaso de las primeras experiencias socialistas de la historia y de la descomunal ofensiva ideológica-teórica-cultural del neoliberalismo.

Y uno de los problemas más decisivos de cuantos se han venido debatiendo hasta ahora tiene relación con la necesidad de poderosos movimientos sociales de resistencia, que permitan ir cambiando, paulatinamente, la correlación de fuerzas, que hasta unos años atrás, favorecía casi absolutamente a los grandes enemigos de la supervivencia misma de la humanidad; discutir las características de esos movimientos; su diversidad; la naturaleza revolucionaria de esta diversidad; la necesidad de convertir en hechos toda la palabrería acerca de la independencia y autonomía de este movimiento social, y así una larga sucesión de temas relacionados con este vital problema.

Cualquier respuesta simplista a este problema, conduce hacía un atolladero.

Hasta ahora, lo que hemos visto es cómo los movimientos sociales son subordinados a los grandes partidos o a los partidos de izquierda institucionalizados; y cómo esta subordinación ha conducido, en muchos casos, a que este movimiento se subordine a los gobiernos progresistas que se han podido instaurarse en nuestro continente.

La visión correcta es aquella que nos permite afirmar, que de cada oleada progresista o de cada oleada de lucha, el movimiento social, en su gran diversidad, salga más fortalecido, tanto en su combatividad, nivel organizacional, definición de sus objetivos como en su independencia, dentro de la diversidad.

Pero esta simple afirmación, es muy fácil formularla y en extremo difícil de llevarla a la práctica. Nuestro país, todavía, no es un campo de experimentación, más que para aprender, si es que decidimos aprender, todo lo que no puede hacerse. Las experiencias positivas son muy lejanas en nuestro país como para que podamos hacer comparaciones y precisiones en base a las mismas.

Pero tenemos hoy a Brasil, Venezuela, Argentina, Bolivia, Ecuador, México, y quizás Chile, como espacios de práctica y referentes, que bien nos pueden servir para plantear nuestras hipótesis y esforzarnos para llevarlas a la práctica. En esos países existen o han existido gobiernos progresistas, y en esos países existen poderosos movimientos sociales, no sólo en el presente sino en los últimos 40 o 50 años de historia de lucha.

Todo lo malo que se ha acumulado en la Dominicana en relación a estos aspectos, que es demasiado, tiene su expresión, con distintos matices, en aquellos países donde hoy se está debatiendo el futuro de la lucha en América. De ahí la importancia de «seguir de cerca la nueva experiencia de los zapatistas». Y la necesidad de evitar respuestas simples, sacadas del recetario que tenemos en el bolsillo, recetario que ha dañado profundamente nuestra lucha y debilitado sensiblemente la contribución que tienen que hacer los dominicanos y dominicanas revolucionarias a la lucha de los pueblos de América.

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