Derrumbe de la democracia

Derrumbe de la democracia

Con la Constitución del 2010 se entendía que avanzamos hacia la consolidación y ampliación de la democracia dominicana. Sin embargo, a seis años de aprobada, ninguna de las previsiones adoptadas con ese propósito han entrado en vigencia. Solo cambió el texto constitucional, no los valores, actitudes y creencias de las clases dirigentes, en especial, de la clase política.
Se proclamó el Estado Social y Democrático de Derecho, que debió implicar la superación de la relación política clientelar populista, que reparte como favores lo que debe garantizar como derecho y, al contrario, dicha relación se ha reforzado y degradado.

Se instituyeron, además, espacios de participación popular y ciudadana, como el derecho de petición, la iniciativa popular congresional y municipal, el referéndum y el plebiscito. Todos son letra muerta, meros enunciados.

Incluso, los mandatos para una competición electoral dentro y entre los partidos, que garantizarían equidad, transparencia y equilibrio, se desconocieron groseramente por parte de los actores políticos dominantes, y por la misma JCE, que rehuyó aplicar el artículo 212 y su párrafo lV.

Sin dudas uno de los factores que más incidió en ese balance negativo, fue el restablecimiento del perverso esquema de la reelección alternativa, por medio del pacto de las corbatas azules. En nuestra condición de asambleísta, advertimos sobre los riesgos de daños institucionales que conllevaba esa decisión.

El presidente Medina fue el gran beneficiado por ese esquema de reelección, ya que no contó con oposición alguna en los primeros tres años de su mandato, pues esta más bien se dedicó a elogiarlo y cortejarlo. Todos los ataques de los opositores internos y externos se dirigieron contra el expresidente Fernández, que amenazaba con retornar.

Eso permitió a los promotores de la reelección del presidente Medina maniobrar en las sombras para imponer la reforma constitucional con el golpe blando que se dio a la misma Constitución, al sistema de partidos y los principios democráticos, por medio del pacto reelección por reelección y el empleo de métodos muy cuestionables y peligrosos.

Lo que sucedió después era la consecuencia previsible de esa audaz acción antidemocrática, que desde luego, nunca habría acontecido sin la participación de actores de «oposición», con los que se cultivó excelentes relaciones de «conchupancia».

Pero tampoco se habría concretado sin la concertación de pactos inconfesables con poderes fácticos y foráneos, así como sin la penosa neutralización de ciertos sectores que rehuyeron los riesgos de enfrentar la agresividad reeleccionista.

Todo eso explica porqué la estrategia de la campaña de Danilo Medina fue de avasallamiento y entronización: de claro corte autocrático, se proyectó y ejecutó para tener efectos de largo alcance.

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