Desafío a la corrupción

Desafío a la corrupción

DIÓMEDES MERCEDES
Soy una molécula del tejido económico y social del país, asfixiada por la corrupción, la que como un cáncer circula por la nación gobernando y acaparando sus actividades en redes que se distribuyen la economía y el poder. Para eso ha servido la política y el Estado Dominicano desde el 25 de septiembre de 1963.

Como consecuencia de lo anterior, la nación, carente de guías imitables, de defensas morales e institucionales se hace proclive a la corrupción. Primero, por la consagración de los capitales que con origen en ella fueron protegidos por el Estado con un silencioso laissez faire-laissez passer. Segundo, porque de antemano los delincuentes de esa parte de la oligarquía y sus posteriores imitadores conocen que aquí no hay sanción social ni judicial, y ni siquiera posibilidad de rastro de este delito económico. Tercero, porque los más rastreros calculan «si los otros roban, yo también».

La corrupción en el país, usual y tolerantemente se asume como una manera atípica de la acumulación originaria del capital y del ascenso social «sin coger lucha». Y es así. Pero, es también algo peor; se trata de nuestra condena perpetua al subdesarrollo; de una ingeniería para nuestra decadencia y de un obstáculo fuerte a la formación de una clase dirigente para nuestra nación en sus nuevas circunstancias.

El primer fruto de la corrupción es el envilecimiento del pueblo que con ella convive. La corrupción impide la creación de las instituciones, las bloquea o las hunde. Cualquier función del Estado es una estación de su mercado; cualquier Secretaría de Estado es una de las cuevas de Alí Babá. Por ejemplo, la Policía Nacional y el escándalo de los vehículos robados, asunto puesto sobre el tapete por el propio jefe policial a instancia del reclamo de las compañías aseguradoras; lo que ahora se intenta diluir, exonerando de sanción y responsabilidad a los «usuarios» que en uso privado ostentaban, usufructuaban y obsequiaban lo ajeno. Claramente estamos ante un acto en el que la autoridad de la ley y de la institución se doblegan ante el poder de la mafia interna que es como la columna vertebral de la Policía Nacional; la que con los hechos citados el jefe policial debió poner bajo rejas o en su defecto, el Comandante en Jefe, el Presidente Leonel Fernández, sin titubeos debió enviar a juicio, poniéndose los pantalones largos que le entregó el país para cumplir y hacer cumplir las leyes.

La humanidad viva y la venidera, toda nación, la civilización misma, es un proyecto continuo de superación trascendente, convertido en la razón de ser de cada época. Cada nación es un espíritu común, más las prácticas coherentes con ese afán o pulsión social. Si esa práctica es la del ejercicio o tolerancia de la corrupción, entonces es imposible el pacto por la trascendencia implícita en toda formación social y lo que subsiste, es la continuidad de la cadena degenerativa, la que desplomó a Roma desde sus cumbres, o la que fractura las naciones, llevándolas a las guerras civiles o a la revolución. Por eso, en circunstancias como la de América Latina es importante la coincidencia en la convicción entre la nación y sus gobernantes como por igual el temple de sus manos.

La molécula genética que soy, en la que palpita la lucha por la vida que necesitamos socialmente, se resiste a la asfixie programada. Alarmada por los indicios, incita con este artículo a las demás de igual naturaleza a una reacción orgánica para aumentar el tejido sano en el país y garantizarnos la convivencia necesaria y para la trascendencia contra la corrupción, el otro enemigo común aliado al subdesarrollo que nos condena. Reaccionar ahora, no al final del actual cuatrienio, cuando cualquier iniciativa profiláctica se haga sospechosa de parcialidad política, objeto de manipulación o de transacción entre corruptos como antes nos ha ocurrido.

Si seriamente queremos poseer en el país potestad, la sociedad que anhelamos, patrimonios y futuro; arriesguémonos con el desafío a la corrupción y su poder. La mafia del narcotráfico con todo lo peligrosa y maligna que es, es sólo una palomita ante la envergadura de la maquinaria de la corrupción organizada en torno al Estado mismo en todo el país, ama señora de casi todas las actividades públicas y privadas y por ende de casi todas las jerarquías.

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