Desafíos y fortaleza de la familia en el siglo XXI

Desafíos y fortaleza  de la familia en el siglo XXI

José Miguel Gómez

A pesar de la incidencia y roles que juega la familia en el desarrollo de las personas, es muy poco lo que se analiza o se invierte en estudios de impacto y de daños colaterales que padecen las familias en la sobrevivencia de un mundo que, para mal, apuesta a las ganancias, al consumo, al entretenimiento, al individualismo y a las agresiones, dañando la convivencia, los valores y símbolos de la historia familiar. Antes, era mucho más fácil la convivencia, la reciprocidad, la solidaridad y la vida gregaria en una familia. Lo podíamos sentir en compartir los útiles escolares con los hermanos menores, el uniforme, los calzados, la merienda, los espacios, el cuidado y las responsabilidades junto a los padres. De esas actividades se cultiva el altruismo, la autocompasión, el amor, la solidaridad, el compromiso, la responsabilidad, etc; y todo esto, formaba valores, espiritualidad, apegos sanos y sentido de pertenencia.
La identidad familiar descansaba en todas las actividades que conformaban una cultura familiar: costumbres, creencias, trabajos, estilo de vida, hábitos, símbolos y rituales que le daban diversidad y características a cada familia.
En décadas pasadas las familias socializaban de forma predecibles: las mismas personas en el mercado, el parque, la iglesia, la escuela, el trabajo, en la diversión, en el dolor, en la felicidad, en la tragedia. Visto así, era muchos más fácil sentir la solidaridad, el apego, y el acompañamiento ante cualquier adversidad.
Pero la vida es dinámica y la familia también. Con los años, todo fue cambiando, y las familias tuvieron que hacer cambios o ajustes sin darse cuenta y sin proponérselo: cambió la socialización, el trabajo, la tecnología, la vida económica, el estilo de vida y relaciones familiares.
El desafío es apostar a seguir viviendo en familia, con el apego, los vínculos, la solidaridad y los valores que fortalecen el compromiso familiar. Es decir, cada familia debe aceptar la migración, la distancia, la diversidad y el derecho a la individualidad de socializar de forma diferente; ya sea en un partido político, una religión, en un tipo de trabajo, una pareja, un estilo de vida, una preferencia sexual, una discapacidad, o ser diferente ante las expectativas que tenían o esperaban la familia.
Hoy, a cada familia le tocará o vivirá un desafío diferente al soñado o esperado. Cada una sentirá el desafío en diferentes áreas. Pero también, podría ser impactada por circunstancias y estresores inesperados que movilizan a las familias a buscar de la fortaleza emocional para sobre ponerse o salir airosa de cada evento a la que está expuesta. Ninguna familia está blindada ni vacunada para no vivir situaciones catastróficas: en lo económico, la salud, la pérdida, el conflicto, la desarmonía, el divorcio, las diferencias, las confrontaciones y las separaciones.
Allí descansa el desafío: cómo seguir siendo familia, después, antes y durante la adversidad; o cómo nos recomponemos, nos perdonamos, o nos proporcionamos la solidaridad, el afecto y las emociones sanas, después de una contingencia. Ese desafío lo viven cientos de padres, de hijos, de hermanos y tíos, que han tenido que acudir desde cadenas de oraciones, a inversión de tiempo, sacrificio, silencio, para lograr no ser parte del riesgo del mundo despersonalizado, e insolidario y deshumanizante.
Es de seguro que cientos de familia están expuestas a los riesgos, unas más que otras; seríanmásriesgosas aquellas que se dividen, se confrontan o se separan. O peor aún, aquellas familias que individualizan y se apartan de sus valores, principios y orígenes familiares.
Esta cultura económica de “sálvese quien pueda” impone muchos desafíos y muchos riesgos. Los indicadores de salud mental hablan del aprendizaje emocional, social y espiritual para lograr el equilibrio, la estabilidad, la armonía y la paz, para construir familia de mayor protección y de más fortaleza para soportar todos los desafíos, y aprender a salir saludable, fortalecida y con mayores niveles de resiliencia social. El buen juicio nos dice que debemos fortalecer y cuidar el mejor regalo de la vida: la familia.

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