Quien les escribe, notario impúdico del relajo nacional, anticipo y doy fe de que todo lo que se hable y teorice sobre la necesidad de imponer mayores controles al porte y tenencia de armas de fuego, incluidos los rabiosos partidarios del desarme total de la población y a Dios que reparta suerte (y chalecos antibalas), se convertirá en sal y agua tan pronto se nos pase la resaca emocional que nos ha dejado el asesinato del alcalde Juan de los Santos y su guardaespaldas. Ayudará, por supuesto, la chercha navideña, la autoimpuesta alegría conque celebramos y vivimos por estas bullangueras tierras los “tiempos pascueros”, y ya para cuando nos toque subir a tropezones la empinada cuesta de enero, desguañangado el cuerpo y también el bolsillo, habremos casi olvidado que el exceso de armas de fuego en manos de la población civil, el detonante de tantas muertes absurdas y tanta violencia desenfrenada, sigue siendo otro –uno mas— de nuestros problemas sin resolver. Quien les escribe, notario impúdico de la inconsistencia nacional, certifico y doy fe de que quisiera estar completamente equivocado, que nada me daría mas satisfacción en estos momentos que ver a senadores y diputados ponerse las pilas y aprobar la ley sobre control y regulación de armas de fuego que lleva diez largos años durmiendo el sueño de los justos en el Congreso Nacional. Pero la constancia, y sobre todo la unidad de propósitos a la hora de enfrentarnos a los grandes males que nos agobian desde que somos república, no figuran entre las virtudes nacionales, y por eso nuestro vicio de acunar los problemas, de manosearlos hasta conocerlos por los cuatro costados pero sin llegar nunca a resolverlos, hasta que crecen tanto y se vuelven tan grandes e inmanejables que lo único que podemos hacer es aprender a convivir con ellos. ¿Seremos capaces de cambiar antes de que sea demasiado tarde hasta para deshacerlo todo y volver a empezar?