Vamos a llamarlos, a falta de una mejor definición, desahogos, pues no tienen ninguna consecuencia, salvo recordarnos la metamorfosis sufrida por el partido fundado por el profesor Juan Bosch desde que llegó por primera vez al poder en 1996. Y bien se trate de Euclides Gutiérrez Félix y su letanía de que el PLD no es de nadie sino del pueblo dominicano, de Carlos Amarante Baret, quien viene repitiendo, sin que nadie le ponga la debida atención, que ese partido está ideológica y organizativamente desfasado, o de Temístocles Montás, quien cruzó el océano Atlántico para advertir desde Madrid, España, que la organización se encuentra al borde del colapso, todos coinciden en culpar a la masificación. La misma masificación, vale la pena señalarlo, que los ha convertido en una formidable maquinaria electoral cuyo principal combustible es el Presupuesto Nacional. Paradójicamente, esa gran fortaleza es también su mayor debilidad, pues la masificación y el éxito que la acompañan, que muchos ilustran con la grosera riqueza que se atribuye a los miembros del Comité Político, ha sido el caldo de cultivo del faccionalismo que hoy divide al PLD entre danilistas y leonelistas, convirtiendo sus organismos de dirección en potenciales escenarios de pugnas y confrontación, por lo que casi nunca se reúnen. Por eso se habla de un PLD entrampado, incapaz de aplicar las resoluciones del VIII Congreso Norge Botello; o de la necesidad de depurar su inflado padrón, pero todo eso a los peledeístas les entra por un oído y les sale por el otro, y así será mientras estén en el gobierno y el éxito les sonría con descaro. Esa actitud será la que precipitará el colapso sobre el cual advierte Temo desde tan lejos, que también arrastrará en su debacle –dice– al sistema de partidos. No creo que la cosa sea para tanto, pero a veces ocurre (las grandes revoluciones, por ejemplo) que es necesario destruirlo todo para poder empezar de nuevo y encarar el futuro sin los vicios y otros pesados lastres del pasado.