Desalojarán escuela debe 15 años alquiler

Desalojarán escuela debe 15 años alquiler

POR MARIEN A. CAPITAN
San Rafael, San Cristóbal.-
Observar con detenimiento las paredes de la Escuela Básica San Rafael es trasladarse en el tiempo: sus agujeros, las arrugas en la madera gastada, el óxido de los clavos, la pintura que se ha borrado, las vigas que se debilitan… todo habla de los cerca de 25 años que ha durado esta escuela funcionando sin que nadie se acuerde de rehabilitarla.

Amén de las tristes condiciones en las que está la casucha en la que apenas caben dos aulas, lo peor de este «plantel» es que está al punto de ser desalojado puesto que el alquiler del local no se paga desde hace al menos quince años. Por ese motivo, incluso, el dueño se opone a que se le hagan mejoras a la que una vez fue una linda casita de madera.

«Antes no estaba tan deteriorada pero se ha ido dañando. Los dueños no quieren que se ponga ni siquiera una tablita. Y no quieren porque no se la pagan. Ellos lo que quieren es que uno le entregue su casa», explicó Milagros de León, directora del centro.

Uno de los dueños, Balé Figuereo Pérez, confirma sus palabras y manifiesta que desean recuperar su casa para entonces arreglarla y alquilársela a alguien que les pague puntualmente.

Respecto a la población estudiantil, de León apuntó que se han quedado con sólo 125 alumnos. Es que, aseguran los padres que viven en la zona, temen que la frágil escuela colapse en cualquier momento.

«La escuela está en una tan mala condición que hay unos cuantos palos que están podridos. Nosotros tenemos miedo que se caigan encima de los niños», dijo Alvaro Guerrero, dirigente de la junta de vecinos.

Por ese motivo, y no sin preocupación, muchos pequeños tienen que caminar durante una hora para llegar a la escuela de Canastita y el centro de San Cristóbal. ¿Lo peor? Para llegar tienen que cruzar la carretera, lo que es un verdadero peligro.

UNA ESCUELA QUE NO LO APARENTA

La visión de la Escuela San Rafael, que se descubre desde que se entra a la pequeña callejuela en la que está ubicada, es sobrecogedora: la casa, destartalada y herida, presenta con desenfado los mil retazos que han querido ponerle siempre en vano; los hoyos en las paredes, que sirven como ventanales improvisados, así lo evidencian.

Pero lo más duro no es precisamente esto: es la falta de ventilación, de luz, de agua y de instalaciones sanitarias (cuando un niño debe ir al baño tiene que tocar la puerta de algún vecino). Tal es la situación que, a pesar de que se estableció que la hora de salida es a las 12:30 P.M. en este plantel tienen que despachar de 11:30 a 11:45 de la mañana.

Para entender este «desacato» a la autoridad, vale quedarse en el plantel por sólo diez o quince minutos: el calor, avasallador, es tan insoportable como el tener tres aulas en un espacio en el que sólo debe haber dos. ¿La flor del pastel? El polvillo que se desprende del piso de tierra.

Tal es la situación que, mientras hablaba del sistema solar y de los planetas, la directora del centro se debatía entre escribir en la pizarra o secarse el sudor con la toalla que tenía sobre el hombro izquierdo. De nada valían, lamentablemente, las cuatro anchoas que llevaba en el pelo: pese a la vergüenza de andar así, el alivio resulta poco.

Por ello, al preguntarle cómo está, ella responde sin titubear «sudando, sudando, esto no se aguanta». Como ella, los estudiantes se derriten y se inquietan. Ni Saturno y su sistema de anillos, ni las lunas de Neptuno o Uranio, pueden detenerlos. Por ello, a de León no le queda más que despachar.

Es así como la escuela se llena de algarabía. De dimensiones pequeñas, pequeñísimas, el saberse libres de allí emociona a los chiquillos. La directora, sin embargo, debe quedarse: en el horario vespertino volverá a trabajar y a dar clases.

Tras manifestarlo, ella explica que ofrecen docencia desde el nivel inicial hasta el quinto curso. En la mañana están el cuarto, quinto e inicial. Por la tarde el primero, segundo y tercero.

Para albergarlos a todos, hay una de las «aulas» que debe dividirse en dos. Esta división, imaginaria, se hace colocando a unos estudiantes de frente hacia el sur, mientras que los otros están de frente al norte.

En estas condiciones reciben docencia cada día un grupo de niños de niños de San Rafael, antiguo «Sal si puedes», quienes llegan hasta aquí con la esperanza de aprender todo aquello que les puedan enseñar. En nombre de esa fe, sonríen, viven y se olvidan de que podrían tener una mejor escuela.

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