Desamparo

Desamparo

Los hay presentando diversos grados de enajenación. Desde el inofensivo caminante desaseado que hurga en los basureros hasta el individuo que tiende a reaccionar con violencia al menor roce con otros transeúntes

Muchos deambulan para dormir bajo un alero cualquiera al llegar la noche. Y con frecuencia algunos de ellos –envueltos en las nieblas de la demencia- demuestran que les da igual estar con ropa que desnudos a la vista de todos.

Aparecen también los que dejaron atrás la adolescencia pero no el vicio del pegamento, que aspiran sin pausas, famélicos e irascibles.

Van errantes por la ciudad porque el Estado ni los ayuntamientos patrocinan, a ojos vista, programas de atención a ciudadanos que en situación de abandono incurren en conductas que delatan algún serio problema mental. Y que constituyen un peligro para sí mismos y muchas veces para los demás.

Y no sería cuestión de que por el motivo de que la prensa los convierta en noticia critica impactante que expone un manejo desidioso del problema, se salga ahora a recogerlos sin saber muy bien que hacer con ellos. Solo para que, por unos días, dejen de ser visibles mientras se convierten en prisioneros de algún manicomio.

¡No!, La tarea de reducir esta mal debe estar a cargo de un personal especializado que cumpla la misión de llevar a los desamparados con signos de enajenación a centros hospitalarios con servicios de siquiatría donde se comience a controlar sus comportamientos. La confinación por largo tiempo sería, si acaso, una medida extrema para los pacientes más graves.

Las autoridades saben que esto es lo que tiene que hacerse pero probablemente les faltan recursos y quizás hasta un poco de voluntad para ocuparse de los enfermos mentales con presencia en las calles.

Es hora de hacer que aparezcan esos recursos. El gobierno está a tiempo de reenfocar prioridades y el Poder aquí logra que aparezcan los medios materiales cuando se tiene algún interés particular en el asunto.

Preocupación

Se ha resaltado en estos días gran preocupación porque las instituciones de la educación superior en sentido general, no concentran mucho esfuerzo en formar los profesionales que demanda con prioridad el desarrollo nacional. Una buena demostración de ello –y permítase enfocar el problema en un caso particular- se está palpando dramáticamente en las aulas.

Los niveles básicos de la enseñanza básica o primaria y el bachillerato son servidos mayormente por maestros que no completaron o no pasaron por centros académicos.

A más de que los cambios experimentados por la sociedad suelen exigir que un sector del magisterio pase de nuevo a las cátedras universitarias o a institutos técnicos superiores para actualizarse y no lo está haciendo, por lo menos en número importante, y escasamente se desarrollan en el país programas para esta actualización.

Pero si las universidades públicas y privadas se propusieran montar una costosa infraestructura para la profesionalización de docentes, probablemente estarían dando un paso en falso, pues el magisterio no es en estos momentos una opción que atraiga a una parte importante de las legiones de jóvenes que cada año acuden a inscribirse en la educación superior.

No sólo somos uno de los países que menor índice de su Producto Interno Bruto dedica a la educación en América. También somos una sociedad que no rodea a los profesores de protección social, con buenas remuneraciones y planes de entrenamiento y retiro.

Pocos creen en este medio que abrazándose al magisterio van a lograr que los traten con toda dignidad y de que alcanzarían sus metas de realización personal y ascenso social. Con ello, y es preocupante, el país está faltando a su obligación de formar los recursos docentes imprescindibles para prohijar mejores ciudadanos.

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