Los choferes, transportistas y sindicalistas tienen, hay que decirlo, muy mala fama, pero somos mayoría los que creemos que se han ganado, con su comportamiento, esa coletilla. Tal vez por eso Juan Hubieres, presidente de Fenatrano, se cansó de denunciar que sus miembros estaban siendo víctimas de sicarios al servicio de transportistas rivales, y las autoridades no le hicieron caso hasta que se acumuló una montaña de cadáveres y no hubo ya manera de seguir ignorando la feroz y sangrienta guerra que en ese momento se libraba en las calles por el control de varias rutas. Ojalá no le pase lo mismo a los directivos de la Unión Nacional de Transportistas y Afines (Unatrafin) y se ponga la debida atención a su denuncia de que tres choferes han sido secuestrados, junto a los minibuses que conducían, en menos de quince días en las carreteras de la región Este, y la misma suerte han corrido otras nueve unidades sustraídas en la misma zona en apenas cuatro meses. Esas son palabras mayores, y ni hablar de los momentos de angustia y desesperación por los que están pasando los familiares de esos choferes, que no dan señales de vida ni tampoco sus secuestradores. Por el modus operandi de los asaltantes parece que se trata de la misma banda, que evidentemente actúa con total libertad de movimientos, bien sea por la ausencia de vigilancia policial en la zona o porque cuenta con su complicidad, lo que no sería –lamentablemente– la primera vez que ocurre. Entre tanto, el vocero de la Policía, el general Máximo Báez Aybar, ha pedido a los familiares de los desaparecidos que tengan paciencia, que las investigaciones están avanzadas y que en los próximos días la institución les dará una respuesta satisfactoria, pero un oficial de su experiencia debería saber que está pidiendo demasiado. Porque lo cierto es que, vistas las circunstancias que rodean la desaparición de esos choferes, esa gente tiene razones de sobra para temer lo peor.