Desarmar el lenguaje

Desarmar el lenguaje

RODRIGO PRIETO
Creer en la paz y anhelar construirla no sólo significa detener los conflictos armados que persisten en el mundo, sino también aprender a vivir en paz y por la paz. Por supuesto, una cosa es decirlo y otra muy distinta, tratar de vivirlo coherentemente en el día a día. Para lograrlo, el lenguaje puede llegar a ser un excelente aliado, o, si nos descuidamos, el arma perfecta para boicotear nuestro propósito.

Comúnmente al relacionarnos con otras personas, lo hacemos a través de frases que forman parte de nuestro «repertorio» cotidiano (personal, familiar, comunitario, social o cultural), los cuales dan cuenta de nuestra forma de ver el mundo. Según Niklas Luhmann, estos repertorios constituyen nuestras «estructuras latentes», que son como la «mochila simbólica» que aprendemos a través de la socialización.

Por ejemplo, en los lugares de trabajo suele haber un lenguaje común entre los trabajadores, unas siglas, unos conceptos, unas formas de gestión, una historia organizacional de la cual muchas veces se habla, sin explicitar a qué se refieren, porque «se supone» que todos lo saben. También pasa entre miembros de una misma familia, entre padres e hijos, esposos, parejas o amigos: hay muchos supuestos y códigos que nos ayudan a comunicarnos sin tener que explicarlo todo. Pero a veces, por más esfuerzos que hagamos, la comunicación no es cien por cien efectiva, y nos vemos obligados a «explicitar».

Lo mismo ocurre con las pautas de comportamiento que conocemos para los distintos contextos en que nos movemos. Cuando cambiamos de contexto la pautas propias de comportamiento ya no sirven, pues son otros los códigos y hábitos socialmente aceptados. Por supuesto, lo importante es no sólo tener en cuenta esta actitud cuando viajamos, sino en el día a día, pues aunque compartamos la cultura, podemos tener ideas del todo diferentes respecto de cómo ver el mundo. Para que esa diferencia no se traduzca en incomprensión o en resentimiento, necesitamos «desarmar el lenguaje».

De esta manera, dentro de las miles de cosas que decimos en nuestra cotidianidad, solemos usar «frases hechas» o palabras o afirmaciones que tienen implícitos una serie de significados que pueden tener ciertas connotaciones negativas en ciertos contextos y para algunas personas; o bien, pueden reproducir ciertas comprensiones respecto de algunos hechos que desde unos determinados valores – pueden resultar negativas.

En contextos donde interactúan personas provenientes de distintas culturas, pueden ocurrir situaciones confusas e inclusos conflictivas, por el desconocimiento de la «mochila simbólica» de unos respecto de los otros. Más que «entrar en el conflicto», conviene ser conscientes de estas diferencias y asumir una actitud de empatía que tienda más hacia la comprensión y el respeto de la diferencia, que a la descalificación o el rechazo.

Muchas situaciones de este tipo ocurren, por ejemplo, en las relaciones entre padres e hijos, para resolver situaciones conflictivas o desacuerdo, o cuando los padres desean transmitir ciertas pautas de comportamiento a sus hijos. Suele ocurrir que a la hora de «reprender» los padres recurren a recriminaciones, descalificaciones e imposiciones que lejos de educar, pueden humillar y afectar la autoestima de los hijos y de paso, transmitir modelos de relación autoritarios y basados en el abuso de poder. Algunas veces, estas formas de interacción pueden socavar las relaciones afectivas y afectar gravemente el carácter de los hijos, haciéndolos sentirse inseguros, no aceptados, no queridos, rechazados… etc. En los casos más graves, los hijos pueden llegar a odiar a sus padres y a desarrollar profundos resentimientos, difíciles de superar.

Una herramienta para superar estos malos entendidos es la meta-comunicación, es decir, hablar sobre lo que ya se ha dicho, explicitar, precisar, explicar. En la práctica, puede ser una verdadera ayuda para mejorar nuestras relaciones interpersonales (y sociales), pues nos permite evitar los errores o confusiones de interpretación cuando conversamos con otros, sobre todo, porque no sabemos expresar con palabras lo que sentimos o deseamos.

Quizás la manifestación más común de la meta-comunicación es cuando preguntamos «¿qué quieres decir con eso?», o bien, cuando nos explicamos y decimos «lo que quiero decir es…». Estas simples frases nos obligan a re-elaborar lo que deseamos decir, a explicarnos en detalle a usar otras palabras, a explicitar las cosas que damos por entendidas, a visualizar los supuestos, implícitos. De alguna manera, nos obliga a «desarmar el lenguaje», en el doble sentido de la frase: primero, «desarmar» en el sentido de descomponerlo en partes, para así conocerlo y comprenderlo mejor; y «desarmar» para quitarle su poder de agresión o espíritu beligerante, si es que lo tuviera. Aprender a desarmar el lenguaje, por tanto, es un paso, sencillo, pero enormemente necesario, para vivir y construir una paz duradera y asentada en sólidas zapatas.

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