Desarrollados y modernos

<p>Desarrollados y modernos</p>

RAFAEL TORIBIO
A pesar de las promesas incumplidas, la distancia entre el discurso y los hechos, con un nuevo año la esperanza se vuelve a ser presente. Puede más el sentimiento de que las verdaderas prioridades nacionales pueden ser enfrentadas y resueltas que las frustraciones y experiencias reiteradas de escuchar decir unas cosas y ver cómo se hacen otras. Cada año esperamos que sea la oportunidad de enmendar errores y que nuestros dirigentes asuman que la modernidad y el desarrollo son el resultado de la inversión en los factores que determinan el desarrollo de las personas.

Por esta razón quizás convenga recordar, cuando se inicia un nuevo año, algunas de las cosas que hicieron los países para que hoy sean considerados modernos y desarrollados, así como señalar algunas de las que hacemos nosotros que nos hacen permanecer en el atraso y la premodernidad, a pesar de los discursos. Para lograr la modernidad y el desarrollo debemos, al menos, hacer o evitar lo que se señala a continuación.

En materia económica, además de mantener los equilibrios macroeconómicos, el crecimiento debe trasformarse en desarrollo, no por la direccionalidad de la inercia impuesta por la teoría del “derrame”, sino por una decisión de Estado de lograr la distribución del ingreso mediante eficientes y eficaces políticas públicas. Por otro lado, el gasto público tiene que ser de mejor calidad: no se llega al desarrollo y la modernización cuando los subsidios reciben más recursos que educación y salud y cada reforma fiscal, bajo la denominación que se le quiera dar, se haga para pagar deudas, cubrir déficits y subsidios y no para incrementar la inversión social.

Seremos un país desarrollado y moderno cuando en educación se invierta, al menos, el 4% anual del PIB, por lo menos durante 10 años de manera ininterrumpida; cuando no terminen siendo maestros los bachilleres que no hayan podido ingresar a otras carreras universitarias y cuando el maestro sea, proporcionalmente, el funcionario público mejor pagado, ingresando a la carrera magisterial después de pasar un riguroso examen.

De igual manera, la contribución de la educación será decisiva para tener un país desarrollado y moderno si la ampliación de la cobertura educativa se hace acompañar de la calidad debida, de manera que se haga realidad una “educación, de calidad, para todos”; si el gremio de los docentes se compromete con la calidad de la educación y no sólo con el aumento de salario y el mejoramiento en las condiciones de trabajo; cuando las centrales sindicales en el pliego de sus reivindicaciones pongan, en primer lugar, el reclamo de una “educación, de calidad, para todos”

Difícilmente llegaremos a ser un país moderno y desarrollado cuando una de las opciones de una autoridad pública sea considerar si la aplicación de la ley es conveniente o no en una situación determinada, sin que sea culpable de desacato. Necesitamos una burocracia estable y profesional en la administración pública, formada por funcionarios del Estado, no a personas que su credencial principal sea ser militante de un partido, o de la tendencia hegemónica del que ganara las elecciones.

Para que la modernización y el desarrollo dejen de ser un simple contenido de un discurso, la construcción de un Metro debe ser acometida después de haber puesto en ejecución distintas alternativas de racionalización del transporte en la superficie; haber transformado los programas de asistencia social en políticas públicas y los gastos en subsidios en inversiones que procuren el desarrollo humano; que la seguridad social sustituya al clientelismo en materia de salud para que los políticos dejen de beneficiarse de la indefensión frente a la enfermedad y la vejez y que no ocurra que “al echarse la paloma”, cuando termina el año, por petición del Presidente de la República, se transfieran fondos de la Secretaría de Educación para la construcción del Metro.

Finalmente, seremos un país desarrollado y moderno cuando la política deje de ser la empresa más rentable porque el capital inicial que se requiera sea la mayor capacidad de desvergüenza y estar dispuesto a hacer lo que más conviene en cada momento; cuando a ningún desaprensivo se le ocurra una “operación moño bonito” y si lo hace sea inmediatamente rechazada y no encuentre el apoyo y el financiamiento del gobierno; cuando los empresarios en vez de evadir los impuestos reclamen de manera militante un gasto gubernamental de calidad y cuando el Ejecutivo no le tema a la descentralización porque significa la democratización del poder, sino que la promueva con la debida exigencia de responsabilidad.

rtoribio@intec.edu.do

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