Desasosiego, angustia y desesperanza

Desasosiego, angustia y desesperanza

La sociedad dominicana parece estar hoy más aturdida, escéptica y decepcionada que en cualquier otro momento difícil y angustioso de su historia reciente. Su cotidianidad se ha convertido en una dinámica infernal de situaciones embarazosas y aparentemente fuera de todo control.

Las decepciones del pueblo humilde y trabajador suelen acrecentarse al enfrentar todas las semanas las crueles listas de actualización de los precios de los componentes básicos de su precario bienestar.

El dominicano está acumulando una rabia y un desasosiego que sus gobernantes apenas perciben con una inteligencia que solo puede apuntar, por definición y de manera insensiblemente unilateral, hacia sus propios fines o intereses.

Ellos no pueden advertir cuán peligroso es un estado de ánimo nacional que se deteriora peligrosamente antes y después de los vacuos discursos de las más importantes figuras políticas del gobierno, discursos que ya nadie oye porque carecen de toda credibilidad.

Las quejas son tantas y tan legítimas que ya los grandes campanarios de la Iglesia han retumbado llenos de frases filosas, de críticas mordaces, de emplazamientos valientes y decepciones agrandadas por una sordera política de las que quizás no encontremos ejemplos en otros escenarios similares de nuestra historia patria.

Y es que un pueblo no puede seguir mansamente el camino forzado de su perdición o de la destrucción de los valores fundamentales de su hábitat social sin antes defenderse con las armas que la propia democracia le provee en cantidades suficientes.

Los pueblos pueden cambiar sus equipos gobernantes por considerarlos ineptos, incapaces o rapaces. Tienen el derecho de cuestionar sus ejecutorias cuando ellas atentan contra la tranquilidad y bienestar de la comunidad toda.

Pueden, y deben, emprender acciones concretas para defender los valores nacionales, las tradiciones democráticas y un más sano ejercicio de la política. Pueden exigir más cuando entienden que su pasividad debilita y finalmente destruye lo edificado con la sangre y osadía de muchas generaciones.

Se ha dicho muchas veces que un pueblo nunca se decide por la opción del suicidio, por más ignorante que sea o por más desinformado que parezca a quienes lo oprimen. Pero la gravedad de la crisis aumenta los suicidios, los actos violentos y desesperados, la delincuencia despiadada, la desesperanza de un pueblo esencialmente bueno y trabajador.

No es posible seguir así. Sentimos que perdemos a la República porque estamos perdiendo el futuro de nuestros hijos. Reflexionemos y actuemos. Actuemos conscientemente para evitar otra estafa a nuestras intenciones de futuro expresadas de manera democrática.

Seamos pacientes pero no indiferentes. Recordemos las palabras del gran escritor ruso, Máximo Gorki: «Gracias a la indiferencia existen en el mundo la traición y el homicidio». En estos momentos, la indiferencia, cualesquiera que sean las modalidades que asuma, sólo puede conducir al caos total y a la más profunda e irreversible degradación de los dispositivos instituciones clave del sistema democrático.

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