Desastre perturbador

Desastre perturbador

PEDRO GIL ITURBIDES
Todo desastre es perturbador. El paso del huracán Katrina por el sureste de los Estados Unidos de Norteamérica lo ha sido para la población afectada, y para buena parte de su pueblo. Pero también lo ha sido para los pueblos amigos de esa nación, situados en su esfera de influencia. Porque aún quienes hemos visto pobres en ese gran territorio, no salimos de nuestro asombro ante lo acontecido, sobre todo en Luisiana y Missisipi. Katrina probó que para una Naturaleza desbordada no existen imperios grandes ni naciones chicas. Todos somos iguales cuando los elementos naturales muestran el esplendor de su fuerza ignota.

Al Presidente estadounidense George W. Bush le enrostran conducta negligente frente a lo acontecido. Hasta su antiguo colaborador, Colin Powell, cuestiona la forma en que encaró la tragedia. Todos le atribuyen disponer con retraso el indispensable auxilio esperado por cuantos, sobrevivientes, quedaron a la intemperie. Hay quejas por la tardanza con que fuerzas especiales penetraron los territorios afectados, para contribuir al reordenamiento de la vida. Contra él se levantan las voces de muchos de sus adversarios demócratas, aunque también de su gente, e independientes.

Pero en realidad, cuanto se invoca de trasfondo es la guerra de Irak. Es una latente inconformidad la que ensombrece las actuaciones de un mandatario que no importa lo que hiciese, no podía afrontar Katrina. Este fenómeno atmosférico se hizo impredecible desde que surgió en el océano Atlántico. Su llegada a la península de la Florida lo presentaba como una tormenta tropical. La entrada a tierra firme lo tornó huracán de categoría uno. Durante su avance hacia el oeste, entre el mar y la costa, redujo su velocidad de traslación mientras sus vientos cobraban fuerza hasta superar las  tres ciento cincuenta millas por hora.

A ello se suma el hecho de que es una tradición estadounidense la de edificar en madera sin arraigo en el suelo. Salvo las grandes estructuras en hierro y otros materiales pesados, las construcciones de una y dos plantas carecen de zapatas ahondadas y fuertes. Florida, Missisipi, Luisiana, Alabama y Texas son jurisdicciones estatales en las que esas endebles aunque por lo general atractivas viviendas, se encuentran a cada paso. Desde Andrew, Florida introdujo normas de construcción para resguardarse de los ciclones. Debió venir este desastre para que sobrevengan sin duda, otras normas, en otros estados.

Pero es Irak lo que pesa sobre Bush. Katrina es la excusa de esas voces que se han levantado para censurar al mandatario por lo que no se hizo o no pudo hacerse ante el ciclón. Irak es el recelo, que si bien intentó ser respuesta al 11 de septiembre, se teme se convierta en otra operación a lo Viet Nam. Y todos los temores apuntan hacia ello, pese a los esfuerzos realizados, y aunque los atentados contra soldados estadounidenses disminuyen día a día.

La zona más afectada por las inundaciones es zona de tierra baja, defendida por diques que debieron sustituirse hace años. El costo de su remozamiento fue considerado muy alto, y los trabajos se postergaron. Sobrevenido el desastre, al Presidente Bush se le recuerda que ese valor es una doceava parte del gasto por año en Irak. Y los muertos aparecen en la televisión con macabra asiduidad, como un recordatorio de lo que pudo hacerse y no se hizo.

Los de Irak llegan en ataúdes envueltos en la bandera multiestrellada. Estos otros, los de Katrina, surgen abombados, en un espectáculo insólito para la primera potencia de la Tierra. Y el agua baja lentamente, casi con temerario desgano. Esa tardanza prolonga el martirio que se inflige al Presidente Bush con publicaciones, grupos con pancartas, declaraciones. Y cuanto es peor, con las catastróficas visiones proyectadas en televisión que sacan a flote una pobreza casi ignorada y unas desigualdades adormecidas. Y esto es lo que nos conturba a los vecinos.

Porque todos sabíamos que entre los estadounidenses viven núcleos poblacionales muy pobres. Pero ignorábamos que en esta potencia política, económica y militar podían sufrirse los irreparables daños acaecidos por el paso de un ciclón como Katrina. Tal cual nos ocurre en los pueblos de menor desarrollo relativo. ¿Quién, pues, puede decir que se encuentra a salvo, o sujeto a expeditiva asistencia que mengüe el dolor que ocasiona una Naturaleza embravecida?

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