Desastre vial

Desastre vial

RAFAEL ACEVEDO
Cualquiera que sale de su casa a un sector de Santo Domingo se interna en territorio enemigo. Sentirá todo género de violencia y stress que son posibles en una vía pública, desde la del vehículo mal estacionado, lo que te viene encima: vehículos, ruidos, baches, basura física y visual; que la gente sufre y graba en el subconsciente, y que te hacen saber que para los que gobiernan tú eres nadie.

Nuestras autoridades no entienden ni les importa el hecho de que las calles constituyen el primer y más directo espejo del orden institucional y que para muchos, que nunca visitan una oficina pública, constituye la única experiencia en cómo ciudadanos interactúan con el Estado.

Existe una copiosa bibliografía sobre lo que en Sociología del Espacio Urbano se denomina “espacio defendible”, y hay experiencias de resonado éxito en la aplicación de procedimientos y técnicas sencillas y de muy bajo costo, con las cuales la seguridad ciudadana y, específicamente vial, se han logrado sin muchos aspavientos. El alcalde Giuliani, de Nueva York, puede dar testimonio del impacto político y económico de ello.

Años atrás, cuando muchas cosas tenían un remedios menos costosos y estrafalarios, expertos urbanistas de Curitiva, ciudad modelo de Brasil, nos hicieron recomendaciones cuyo mayor defecto era el de ser demasiado económicas para los grandes contratistas del gobierno peledeísta.

Nada nos excusa de no planificar el desarrollo urbano, en particular, de no ocuparnos del desastre en que se han convertido nuestras (¿) calles. Lo primero a planificarse son los servicios públicos a llevarse del centro a las diferentes zonas, y así también darles mayor auge a las municipalidades.

¿Se ha hecho algún estudio en cuanto a qué viene tanta gente al Centro de los Héroes? Todos esos megacentros que se están desarrollando en áreas periféricas, están marcando el proceso de desarrollo metropolitano, y no tiene el gobierno por qué forzar un patrón de crecimiento contrario a lo que marcan esas tendencias.

Poco cuesta estudiar las vías y rutas principales y sus afluentes para rediseñar mejores patrones de circulación, observando cómo efectivamente transita la gente. Determinar en cada sector vías secundarias; asignar recursos para eliminar obstáculos, baches, venduteros, doble estacionamiento, prohibir estacionar, modificar los sentidos, señalizar, semaforizar y poner en práctica una vigilancia “inmacuteable”.

Hay que reenfocar la AMET, para que los agentes no vayan a improvisar a las calles, a elegir ellos qué arbitrariedad cometer, como pedirle la revista al conductor de un vehículo nuevo y hacerse de la vista gruesa con las cien chatarras que le pasan por la nariz, los motociclistas y las patanas que siembran terror y caos; lo cual les resta respetabilidad y legitimidad y los convierte en peligrosos pariguayos, buenos sólo para franquearle el paso a los jefecitos. No hay razón para que las autoridades no den señales de interés en el orden público en las vías de circulación. Los objetivos de las autoridades deben ser bien precisos: una circulación fluida y segura. Algo que cualquier arriero sabe.

Para eso sólo falta apoyo de los jefes, ni siquiera dinero. ¿Qué cuesta quitar los trailers abandonados en la Calle Siervas de María? ¿O los fritangueros de la Lope de Vega o los fruteros de congestionadas esquinas de Naco? ¿Cuánto los paraderos de taxis? ¿A quién hay que sujetar para evitar que se recojan pasajeros en las esquinas?

No solamente es costosísimo el combustible que se gasta en los entaponamientos, sino el tiempo y la salud que se desperdicia en ellos.

Tengan misericordia. Reordenen ese desastre. Gánense fácilmente ese mérito, ¡tan políticamente rentable!

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