Descalificación capilar

Descalificación capilar

Apenas había entrado en la adolescencia, cuando fui sacudido por las palabras de un amigo de mi barrio San Miguel.

    -Mario Emilio, no te salva nadie de la calvicie, porque eso se hereda, y tu papá tiene media cabeza pelada- dijo, dirigiendo el dedo índice de su mano derecha hacia mi entonces poblada cabellera.

    A mediados del año 1962, y mientras hacía mi turno de locutor nocturno en Radio Tricolor, el policía de servicio, que estaba parado a escasos metros, exclamó en tono enfático:

    -Usted tiene muchísimos claros en el casco, y eso indica que se está quedando calvo.

Poco después, dejé de cortejar a una muchacha que me atraía poderosamente, cuando la escuché decirle a mi hermana Oneida que no le atraían los hombres con escasez de pelambre sobre el cráneo.

    Al llegar a la treintena de edad biológica, recuerdo que al cruzar una calle en horas del medio día, varios niños formaron un coro para entonar unos malos versos calvófobos.

    -Como brilla la luna, y como brilla el sol, así brilla la calva de ese señor.

Como era de esperar, sentí ganas de descargar puntapiés sobre los fundillos de los chicuelos bromistas, pero en lugar de eso, esbocé una sonrisa forzada.

    Una noche del año 1968, albergué moderadas esperanzas de poder repoblar mi azotea pensante.

    Todo se debió a que un amigo, afectado de la temida calvicie, me informó que tenía cita el día siguiente con un médico dermatólogo que lograba que retornaran los cabellos a cabezas masculinas con carencia parcial de ese aditamento.

    Sin embargo, sufrí tremenda decepción cuando me relató que no llegó a penetrar al consultorio del facultativo, porque mientras esperaba su turno, el especialista en enfermedades de la piel se asomó, y lucía un cráneo reluciente sin un solo cabello encima.

    En mi condición de miembro del popular programa televisivo Punto Final, que dirigió el genio artístico fallecido Freddy Beras Goico, en una de sus emisiones comenzaron a hacer mofa de mi mamerria depilada.

    Mi réplica consistió en afirmar que los calvos éramos más viriles que los de cabellera hirsuta, y que nadie conocía un cundango con esa característica.

    Finalizado aquel segmento del programa, cuando retornamos al camerino de Colorvisión, se produjeron llamadas telefónicas de teleaudientes, mencionando a algunos hombres destacados, a los cuales supuestamente les gustaba la carne de cocote.

    De más está señalar que la cuerda con mi calvicie  se prolongó hasta el final del programa, al filo de la medianoche.

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