Recientemente, el país acaba de celebrar el Día Nacional del Periodista y, a decir verdad, es una de esas ocasiones en las que, como colegas, uno no sabe si felicitarse o lamentarse.
Y es que, reconozcámoslo de una vez y por todas, son días duros para quienes nos ganamos el pan de la vida ejerciendo el periodismo. Es tanto así que casi a diario escucho a grandes y respetados veteranos de la profesión confesar su impaciencia por retirarse.
El panorama no puede ser más contradictorio, porque se supone que deberían ser días de gloria para el periodismo, partiendo de que estamos en un momento histórico en que, gracias a las constantes evoluciones tecnológicas, son muchas y diversas las herramientas de trabajo que bien pudieran facilitar la labor periodística y aumentar su impacto e incidencia.
Por ejemplo, hablemos solo de las diferencias en la consulta de archivos. Ya no es necesario ese tedioso proceso de tener que ir a un cuarto de archivo para entonces localizar materiales impresos y poder dar con el famoso “background”. No, ahora todo es más fácil y, por ende, más rápido.
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¿Cuál es el problema entonces? ¿Por qué esta muerte no encierra causas y no sabe a gloria? ¿Por qué tanta tecnología y facilidades no se traducen en mayor calidad y más ética? ¿Qué está fallando?
Para muestra un botón. Justo la semana del periodista, en las redes sociales se hizo extremadamente viral un video en que dos mujeres que hacen vida en plataformas digitales protagonizaron una pelea física. Entonces, ¿Cómo enderezar esto? ¿Quién le pone el cascabel al gato?
Aquí es preciso entrar al fondo y no quedarse en las formas. Lo digo porque al reflexionar sobre estos fenómenos algunos son tentados a creer que el problema son las plataformas, que el problema son las redes sociales e Internet. Otros lo limitan a un tema biológico y se apresuran a concluir que es un problema de juventudes, algo de novatos.
Lo cierto es que, desde mi punto de vista, hace falta mucho más. Se precisa por ejemplo de una reflexión seria sobre las condiciones materiales. Las condiciones de vida de quienes ejercen el periodismo con salarios bajos que les obligan a tener más de un empleo, quitándoles el sosiego, el tiempo y la energía para hacer un periodismo de mayor calidad basado en tiempo para investigar, tiempo para formarse, tiempo para profundizar e independencia y libertad para preguntar y escribir sobre los temas agudos.
Pasa también por líneas editoriales que cada vez se interesan menos en el periodismo de investigación y lo apuestan todo a la inmediatez y a transmisiones en vivo y directo, interesantísimas, por supuesto, pero que no deben ser el único modelo.
Pasa por líneas políticas gubernamentales que en las últimas décadas han apostado a modelos de comunicación unidireccionales. Muchos funcionarios controlan su agenda y rehúyen, como el diablo a la cruz, a la entrevista periodística, reservándose para un media tour si y solo si hay alguna buena nueva en su institución, ignorando que una forma de rendir cuentas es hacer vida en los medios.
También, en un Estado que rehuyó por décadas su rol de regulación y que apenas ahora, es válido reconocer, se encamina con determinación a actualizar una herramienta clave: la Ley de Libertad y Difusión del pensamiento, cuya modificación anunció el pasado lunes el presidente Luis Abinader.
Y de un sector empresarial que auspicia lo que sea y a quien sea, siempre y cuando venga revestido de la popularidad que le garantice el consumo. Mientras la responsabilidad social corporativa brilla por su ausencia.
En fin, son tantos los elementos y se percibe tanto pesimismo que cualquiera se siente tentado a decir: descansa en paz, periodismo. Sin embargo, cuidadito. No olvidemos que hay una relación de proporcionalidad directa entre el periodismo de calidad y la democracia de calidad.
Aunque algunos no lo entiendan, el periodismo es una especie de alerta social, de contrapeso, de perro guardián. Y en un momento en que los partidos políticos como estructuras se debilitan y se fortalecen solo en función de si están o no en el poder, pudiera ser allí, en el periodismo crítico, independiente, pero sobre todo comprometido, no con likes, sonidos o views, sino con las mejoras del país, pudiera ser un actor de vida o muerte.
Para entonces esas pretensiones de bajar del barco, renunciar al rol del timonel puede ser el precedente para que todos y todas terminemos de hundirnos. ¡Que viva pues, el periodismo real!