Se están arrojando tan masivamente a espacios urbanos y fluviales objetos no biodegradables que desechan los humanos, que la importante gestión municipal contra los daños ambientales parecería condenada a un fracaso. Alfombrar tan continuamente la desembocadura del río Ozama y sus bordes con residuos sólidos que dañan el ornato y degradan severamente la naturaleza solo es posible si cientos de miles de habitantes de cercanías han decidido permanecer apartadas por completo de civismo y recurrir a una disposición final de la basura que rompe esquemas de convivencia. Se vuelve contra ellos mismos arruinando aspectos de una ciudad que es la casa de todos y propiciando hábitats para las plagas y la transmisión de enfermedades. Solo va al litoral aquello que por fuerza de gravedad o de las corrientes es desplazado de los muladares, generalmente ribereños. Siempre queda mucha suciedad acuática en sus lugares de origen.
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Y lo peor: la agenda de autoridades y empresas preocupadas por los efectos secundarios traídos por la fabricación en grande de envases de plástico tiene ante sí una montaña de daños que no para de crecer: cada día más objetos de usos efímeros pero generalizados y de cero reciclaje pasan a sustituir en su confección a componentes menos perjudiciales. Materiales sintéticos hostiles al ambiente y a la vida se extenderán sobre la humanidad comenzando por la República Dominicana. Una amenaza que se suma a la de la Inteligencia Artificial.