Desconfianza y simulación

Desconfianza y simulación

POR LEÓN DAVID
A riesgo de parecer que me ufano inventando el agua tibia, es la firme intención de estos renglones peregrinos insistir en la idea, de casi unánime aprobación, de que el dominicano es desconfiado. Mantenerse alerta frente a lo que ocurre o, como lo expresa el genio popular, «estar chivo», constituye, si a los hechos me remito, una de sus notas características menos discutibles.

Pareja desconfianza, sin embargo, ofrece dos aspectos o vertientes: la interna y la externa. En lo interno, la desconfianza deriva de la inseguridad; e inseguridad no es otra cosa que acostumbrar a poner en tela de juicio el propio valor personal, dudar de nuestras cualidades y aptitudes, sentirnos menos que los demás y por ende vulnerables… En lo que a su vertiente externa se refiere, la desconfianza se traduce en recelo, en suspicacia.. El dominicano suele ajustar su conducta a la presunción –justificada o no- de que los que le rodean le quieren hacer daño, y adopta al relacionarse con sus semejantes una postura de defensivo ocultamiento.

Si no me pago de apariencias, la simulación –que entre nosotros se ha convertido en verdadera categoría existencial- no es más que el subproducto institucionalizado en el hábito colectivo del rasgo psicológico de la desconfianza al que hemos aludido en los renglones que anteceden; rasgo que diera la impresión de haber echado raíces hasta en los más profundos estratos de nuestra personalidad arropándola y definiéndola.

Ahora bien, si lo que llevamos dicho no está incurso en inexactitud –dejo al lector la tarea de que él mismo lo compruebe-, la tan pregonada desconfianza de que hacen gala nuestros compatriotas no es atribuible al azar, sino que, por el contrario, ha de obedecer a alguna poderosa razón, a causas históricas que, habida cuenta de la persistencia y gravedad del problema, no sería ocioso pasatiempo escudriñar.

A tenor de lo planteado, acerca de asunto de tan inquietantes ramificaciones me ha pasado por las mientes que el dominicano desconfía porque su ineludible experiencia, para la que no ha hallado escapatoria, es la del cruel maltrato y la degradante humillación. Sólo quien enfrenta una amenaza permanente recela hasta el punto de hacer del mecanismo psicológico de la sospecha (asimilado e integrado en el carácter) parte esencial de los recursos de que se vale el individuo para su supervivencia… Somos –apena reconocerlo pero es así- una nación de sobrevivientes. Para subsistir el grueso de la población se ve compelido a asumir conductas que rebajan; resultado: la dignidad personal se resiente. Además, todo el pasado nos ha estampado en la carne la impronta de un hierro al rojo vivo. Primero la esclavitud. No es precisamente la del esclavo una escuela de virtudes. El abuso y el desprecio engendran resentimiento y frustración, raramente ideales de generosidad. Y no procede olvidar ni por un momento que de la encomienda y la institución esclavista brotó, anémica y desvalida, nuestra patria.

A lo que vengo de afirmar cabe añadir que, como es de público conocimiento, a partir de la Independencia nuestra vida política se caracterizó por la inestabilidad crónica, por las revueltas e insurrecciones, por la montonera; y, también, por los regímenes despóticos cuya más acabada manifestación fue la dictadura de Rafael Leonidas Trujillo. En tales circunstancias no es de extrañar que la población dominicana se haya vuelto desconfiada. Sólo desconfiamos cuando percibimos una amenaza. Y al pueblo le amenazaba, primero, el amo de esclavos, luego, la incertidumbre de las guerras civiles de las que salían gananciosos los jefes, los generales, nunca el soldado raso; y, por último, el yugo del que a sangre y fuego conseguía mantenerse en el poder.

La inseguridad y la suspicacia –legado oscuro del que no hemos podido liberarnos- hijos bastardos son de tan accidentado proceso histórico. Cada cual se comporta de acuerdo a lo que aprendió, a lo que le enseñaron. La simulación y la sospecha no reside en los genes.  A nuestra gente cinco siglos de historia le han enseñado que sólo ha servido de pasto a la manipulación y el expolio. Por consiguiente, aprendió a ser malicioso y a «estar chivo». Semejante comportamiento no es de mi agrado, pero echárselo en cara a mis compatriotas es lo último que se me ocurriría hacer.

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