San Juan, (EFE).- Cerca de la isla de Desecheo, en el canal de la Mona, entre la República Dominicana y Puerto Rico, se forman olas de hasta doce metros de altura que pequeñas embarcaciones caseras sobrecargadas de inmigrantes indocumentados salvan surfeando.
A veces la yola queda suspendida en el aire varios segundos y si el casco no está reforzado, al caer se hace añicos y los tiburones se dan el gran festín, contaron a Efe varios dominicanos que hicieron el peligroso viaje en busca de mejores oportunidades.
Si una de las pasajeras tiene la menstruación en plena travesía, se la bota (tira por la borda) para tener lejos a los tiburones, dijo a Efe José Luis, quien aseguró que hasta hace tres años fue capitán de yola.
José Luis sobrevivió a dos naufragios e introdujo en Puerto Rico a unos 400 indocumentados.
Manuel, quien ha regularizado su situación en Puerto Rico, quiso aparecer en esta crónica también sólo con su nombre de pila porque corroboró la historia de Jose Luis, que presumió además de haber introducido cocaína y heroína desde Santo Tomás.
Manuel llegó en yola a Puerto Rico cuando tenía sólo 12 años, y sin conocer a nadie en la isla sobrevivió una semana escondido en el monte comiendo y bebiendo lo que encontraba, incluso su propio orín: Es duro para todo el mundo, pero con esa edad es más duro.
María de León Sánchez, en la actualidad guardia de seguridad en un edificio de oficinas, tuvo que beber agua estancada en el capó abombado de un automóvil.
En 1991 tuvo que esperar quince días en Higuey, al este de la República Dominicana, escondida en una casa. En dos ocasiones se echaron al mar, pero tuvieron que regresar porque el mar estaba demasiado picado.
Explicó que antes de salir a mar abierto tuvo que andar por una ciénaga de la desembocadura de un río con el fango hasta el ombligo y cuando llega el momento de abordar la yola a toda prisa el que no se sube se quedó.
Me tiré de cabeza y me subí, dijo. Llegó junto a otros 72 indocumentados a Cabo Rojo, al sureste de Puerto Rico.
Los tripulantes de la yola encaminaron la proa hacia la República Dominicana y los hicieron tirarse al agua a unos metros de la playa. Cuando me tiré no encontré tierra, me ahogaba y el primo de mi cuñada me echó una camisa y me salvé, aunque antes de llegar a la orilla se hirió en un pie, y se desolló los brazos y las piernas con las rocas.
Estábamos muertos de sed y de hambre. Caminamos y caminamos y caminamos entre el monte un coreano y tres dominicanos. Después de pasar la noche en el monte una señora nos dio jugos y cuando tienes los labios resecos por el sol y la sal, ese juguito sabía bien rico, narró.
De León Sánchez legalizó su situación dos años después de llegar, y al año y medio siguiente pudo traer a sus dos hijos a Puerto Rico: Y eso es todo. Llegamos aquí y somos felices y ya.
Por su parte, el todavía indocumentado Santana llegó en el 2002 con otros 19 inmigrantes, pagó unos mil dólares en pesos dominicanos para realizar la travesía y pasó una noche escondido en un matorral mientras la policía le pasó por el lado como veinte veces.
El año pasado, Santana perdió en el camino a la madre de su hijo y no ha vuelto a tener noticias de ella.
El cónsul general de la República Dominicana en Puerto Rico, Franklin Grullon, aseguró a Efe que las condiciones económicas de su país han mejorado, por lo que ha disminuido considerablemente el tráfico de yolas en Desecheo.
Aseguró que los únicos datos que tienen son los de los dominicanos que son deportados, entre 90 y 115 al mes, cifras que se pueden duplicar cuando entra una yola de grandes dimensiones, y cuando se contabilizan los cadáveres recuperados, que han sido cinco este año.