Desde el margen

Desde el margen

Manuel Toribio-Suicidio en otoño

Pensar, sentir, vivir, actuar desde el margen, desde la orilla, desde el borde, lejos del centro, del poder de turno, quepretende decidirpor nosotros y nos impone su estilo arbitrario. Recorrer la orilla, caminar por los bordes, alejado del centro de poder, de su vorágine hostil y opresora, que solo opera para afirmarse a sí mismo aplastando al ciudadano, al sujeto libre.

Romper de una vez por todas con los viejos paradigmas de la acción cultural significa pensar y actuar de otro modo, liquidar la vieja mentalidad, acabar con la dependencia del poder político, de la ayuda estatal, del apoyo gubernamental, que sólo nos hace seres más subordinados y subalternos al poder del Estado-gobierno.

Por fortuna, o por desgracia, la lógica que rige a la política no es la que rige a la cultura. Si esto es así, ¿cuál es entonces la lógica que rige a la política cultural: la de la política o la de la cultura?

Frente a la cultura política predominante que nos envuelve y nos envilece, crear una nueva cultura política, de ruptura y renovación, emancipadora; con ella, crear un nuevo sujeto, un nuevo ciudadano político y cultural. Frente al fracaso rotundo de las políticas públicas implementadas por los gobiernos democráticos de las últimas décadas, apostar por la independencia de pensamiento y la libertad de acción.

Para una gestión cultural verdadera y eficaz, plenamente moderna, lo deseable sería romper con la dependencia excesiva del Estado-nación, del gobierno y su partido gobernante, buscar otras alternativas de gestión -la autogestión, sobre todo-, abrirse a la participación de actores y sectores no gubernamentales, comunitarios, independientes. Abrirse a otros interlocutores.

Para el gestor cultural independiente, lo recomendable sería tratar de cultivar una relación colaborativa con el sector privado y no con el sector público. Es más honesto someterse a la lógica del afán de lucro que a la de la demagogia y el populismo .Un mecenas siempre será preferible a un burócrata cultural.

Es bueno apoyar las alianzas público-privadas, siempre que sean funcionales, viables y no encubran la aviesa intención de asalto privado a lo público. Es bueno también fomentar e incentivar el mecenazgo como institución y como política cultural. La historia nos enseña que los mecenazgos han obrado en favor de muchos artistas y escritores. Grandes obras de arte se deben a la acción decidida de generosos mecenas. Pero lo mejor es apoyar la idea de una gestión cultural independiente, no subordinada ni subalterna, como alternativa a lo oficial, a lo estatal, a lo gubernamental. Promover este tipo de gestión (una alternativa real y viable en muchas regiones del mundo) contribuiría a superar esa mentalidad que nos hace depender demasiado de ese ogro llamado Estado. En la praxis cultural, como en la vida misma, cuanto más libre y autónomo se es, tanto mejor.

Es triste admitirlo: aunque son oprobiosas y abyectas, las dictaduras suelen invertir más en arte y cultura que las democracias. Y esto por una razón poderosa: esta inversión es políticamente conveniente, pues entra en la lógica del discurso de la construcción de la nación y la identidad nacional. En una dictadura el arte y la cultura son elementos de cohesión social que funcionan como armas de propaganda y control, del mismo modo que la educación formal es un instrumento de adoctrinamiento y domesticación. Son parte integral del proyecto de dominación. En una democracia, en cambio, el arte y la cultura deben florecer con naturalidad, sin trabas ni condicionamientos, en un entorno propicio de libertad y autonomía. Pero para que eso ocurra debe haber lo que les falta a estos medianos gobiernos democráticos nuestros: la voluntad política de cambio y el compromiso real con la cultura.

La gestión inútil. Cuando en aquella ciudad sureña él quiso propiciar un encuentro que fuera un diálogo amigable entre el movimiento cultural y la burocracia ministerial, su esfuerzo resultó en vano. El intento de acercamiento fracasó. Sus cartas de solicitud ni siquiera fueron respondidas. Para que haya diálogo primero debe haber interés sincero de ambas partes. Pero a la burocracia cultural no le interesa el diálogo: le interesa el simulacro de diálogo. El allante, el bulto, la pose, el anuncio en la prensa, la foto o el video de relumbrón. Además, la politiquería barata impide toda real posibilidad dialógica. La insensibilidad y la ineptitud, que casi siempre van de la mano, son incapaces de dialogar con nada ni con nadie.

En la República Dominicana de hoy el desastre de la educación, el malestar en la cultura, el abandono de las escuelas de artes, el desprecio a todo saber “no productivo”, la escasa -casi nula- valoración de la ciencia y la investigación científica, la degradación de los valores, la descomposición del tejido social, el fetichismo del poder y del dinero de esta época frívola, decadente y vacía, equivalen a la derrota humillante del pensamiento crítico, la sensibilidad y la imaginación creadora. Equivalen a la derrota del espíritu, temporalmente vencido por la razón cínica del poder, la que ahora nos gobierna, y, sin embargo, siempre lúcido, resistente y combativo, siempre pensando y actuando, diciendo NO desde la orilla, desde el margen.

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