Desde las cruzadas al terrorismo árabe

Desde las cruzadas al terrorismo árabe

FABIO R. HERRERA-MINIÑO
A finales del siglo XI, el papado decidió aglutinar los estados feudales europeos para que sus reyes enviaran tropas y mercenarios a rescatar los Santos Lugares bajo el control de los musulmanes, que desde hacía varios siglos ya controlaban a Jerusalén; en ese tiempo los musulmanes decidieron cerrarle el paso a las numerosas peregrinaciones europeas que acudían regularmente a visitar los sitios por donde el Hijo de Dios había dejado su huella de Redención en las tierras palestinas.

El mundo europeo, avisado por la fe y las creencias cristianas de entonces, emprendió un total de nueve cruzadas, que por más de 200 años sacudieron a Europa, perdiendo reyes, nobles, clérigos y simples mortales, que morían sin saber las causas de su inmolación. Finalmente se pudo llegar a un entendimiento con los musulmanes, que también tenían sus lugares santos en esa Jerusalén mítica y convivían así los descendientes de Abraham, divididos entre los seguidores de Mahoma y los de Jesús.

Ahora, 10 siglos después, el mundo cristiano occidental se enfrenta en mortal combate a una religión donde el sacrificio humano en inmolaciones horrorosas es ahora el común denominador de la lucha de Irak o de las calles de Londres. Hay poder en ambos bandos, en el occidental las armas modernas que demuestran su eficacia y en el bando de los fedayines el poder de la fe y de la abnegación por ser libres. El terrorismo es un poder difuso, sin rostro, ni lugar conocido, que impide una rápida retaliación de los Estados Unidos y sus aliados, preocupados por el poder de destrucción y decisión de los grupos terroristas cobijados bajo la sombrilla del islamismo.

La operación Justicia Infinita, establecida en el 2001 para atacar a los terroristas después de la destrucción de las Torres Gemelas, ha dado lugar a dos invasiones, la de Afganistán y de Irak, con las que los accidentales emprendieron la acción contra los terroristas y de sus países protectores.

El desarrollo de los acontecimientos ha demostrado que las luchas convencionales no han resuelto el problema, como se evidenció tanto en Madrid el pasado año como en Londres hace apenas tres semanas. Todo apunta hacia una delicada situación que colocaría al mundo al borde de la ya anunciada Guerra del Nuevo Siglo, y como remedo a aquellas cruzadas, el cristianismo trata de aplastar a los infieles que están decididos a acabar con la tranquilidad y prosperidad del mundo capitalista occidental.

Estamos frente a una disyuntiva; hasta ahora los estrategas norteamericanos y aliados más importantes han abierto importantes frentes de confrontación, aplastando gobiernos dictatoriales tanto en Irak como en Afganistán, buscando al principal ideólogo de la operación terrorista del 11 de septiembre del 2001, que conmovió a Estados Unidos y al mundo por la osadía con que se llevó a cabo, por los resultados de millares de muertos y el desconcierto de una nación que se creía aislada de ese tipo de represalia, ya que los norteamericanos, hasta ese día, habían estado acostumbrados a llevar sus tropas a través de los mares para aplastar a los que ellos consideraban enemigos de sus sistema hegemónico mundial.

La guerra contra los terroristas requiere de negociaciones, maniobras de espionaje, distribución de mucho dinero y de deserción de parte de algunos de los fanáticos, y de seguro que antes de asestar otro severo golpe a los bastiones donde se encuentran los campos de entrenamiento de los terroristas, los Estados Unidos tendrán bien evaluadas sus opciones para no seguir enemistándose con el mundo islámico, poseedor de casi toda la riqueza del petróleo de la humanidad. Afortunadamente a los árabes conservadores y opulentos nos les interesa el radicalismo de sus parientes más pobres, y son aliados con el capitalismo occidental para evitar un colapso de las economías que disloque el crecimiento acelerado de los países capitalistas, así como la de varios países árabes.

Los Estados Unidos no están solo en ésta lucha, cuentan con los aliados de la misma fe con que los papas y reyes de la Europa medieval del siglo XI; aquella vez Estados Unidos era un hito para el futuro, arremetieron en contra del Islam triunfante, que ya estaba establecido en España, en los Balcanes, en Turquía y otras naciones europeas. Ahora Occidente se enfrenta a un fanatismo religioso cuya recompensa de esos militantes es inmolarse en nombre de su dios supremo que los llevará a su paraíso particular, después de haber herido a los hijos del demonio, como son considerados los habitantes de los países capitalistas, encabezados por Estados Unidos, la Unión Europea y cobijados bajo la fe cristiana, que sirvió de base para el desarrollo de esos pueblos después de la reforma protestante del siglo XVI.

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