Desde los tejados

Desde los tejados

Desde los tejados. Mucha gente buena se esfuerza por acumular dinero buscando seguridad, status, una imagen pública y bienestar. En un país donde todos los servicios públicos son precarios, la calidad de vida se asegura con lo que puede comprar el dinero privado. Somos pueblos sin dolientes. Isaías recoge esa sensación (49, 14-15), “me ha abandonado el Señor, mi dueño me ha olvidado”. Muchos quieren responder con dinero a esa sensación de abandono en la que vivimos.

Pero cuando la búsqueda del dinero se convierte en el sentido de la vida, se acaba la vida porque el dinero es un señor exigente. Ya lo decía Francisco de Quevedo en una letrilla satírica inmortal: “Madre, yo al oro me humillo, él es mi amante y mi amado, pues de puro enamorado de continuo anda amarillo; que pues, doblón o sencillo, hace todo cuanto quiero, poderoso caballero es don Dinero.”

Hay que buscar dinero en la vida, pero es un error buscar la vida en el dinero. Jesús nos avisa: “No se puede servir a dos señores… no pueden servir a Dios y al dinero” (Mateo 6, 24-34).

El afán desmedido de dinero nos encadena a las empresas, impide el necesario descanso y ejercicio, exige horas extras, destruye hogares con sus migajas de cariño y raticos de presencia, fugaz, preocupada, interrumpida por llamadas urgentes de posibles negocios.

Busquemos el Reino y su justicia y lo demás se nos dará por añadidura. Trabajemos por construir esa sociedad donde todos podamos vivir en dignidad y fraternidad. Usemos nuestra creatividad para poner a rendir esta tierra. Preocupémonos por el bien de todos. Librémonos del “Poderoso Señor”, y tomemos alguna asignatura en la escuela de los lirios y gorriones, tal vez estemos a tiempo para descubrir que solo de Dios “vienen la salvación y la gloria” (Salmo 61).

 

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