Desde los tejados

Desde los tejados

Ésta es una de las preguntas más terribles que enfrenta el ser humano: ¿vale la pena hacer el bien, aunque a mí me vaya mal?  Las mujeres y los hombres que quieran construir sociedades humanas fundadas en el derecho y la prosperidad de las mayorías, tienen que sacrificar sus intereses propios, mientras luchan por sentar las bases de un orden social justo.

Trabajando el bien común, necesariamente chocarán contra los corruptos y sus asociados camaleónicos. Primero, serán descalificados, después los suprimirán violentamente y finalmente, hasta su memoria será condenada (damnatio memoriae, decían los romanos) para disuadir a los posibles seguidores. No hay nada más peligroso que buscar la justicia en una sociedad corrupta. También, en esta ruta atrevida, Jesús de Nazaret tiene algo que enseñarnos.

El predicador de Nazaret tuvo que percibir la creciente hostilidad de las autoridades judías contra su persona y su mensaje. De seguro, Jesús compartió con sus discípulos su miedo y su angustia ante la violencia que se le venía encima.

Mateo refiere cómo Jesús “empezó a explicar a sus discípulos que tenía que ir a Jerusalén y padecer allí mucho por parte de los ancianos, sumos sacerdotes y escribas, y que tenía que ser ejecutado y resucitar al tercer día”.

Los discípulos comprendieron, que si su Maestro era quitado de en medio por los poderosos, esa misma violencia los barrería a ellos y a sus proyectos ambiciosos de ventajas personales.

Pedro se llevó a parte a Jesús para expresarle, con una mezcla de cariño sincero y terquedad interesada: “¡no lo permita Dios, Señor! Eso no puede pasarte.” Pedro podía citar muchos pasajes bíblicos con esta enseñanza: a los buenos no les pasará nada malo. Pero esa no es la manera de pensar de Jesús. A Pedro, la piedra, Jesús lo puso en su sitio conminándole: “quítate de mi vista, Satanás, que me haces tropezar; tú piensas como los hombres, no como Dios.”

En muchas ocasiones, luchamos por el bien y la justicia, con tal que no perdamos nuestros privilegios,  intereses, buen nombre y hasta la vida. Ante estos peligros, nos acobardamos y nos volvemos una sal que no sala. Hoy, de nuevo nos fortalecen la coherencia de Jesús y su propuesta tan divina y arriesgada: “el que pierda su vida por mí, la encontrará”.

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