Al comienzo del año y con nubarrones en el horizonte, todo el mundo quisiera encontrar hombres y mujeres creíbles para guiarse por ellos.
Las primeras comunidades le aplicaron a Jesús estas palabras del capítulo 42 de Isaías: no gritará, no clamará, no voceará por las calles. La caña cascada no la quebrará, el pábilo vacilante no lo apagará. Jesús era dulce e interesado por los asuntos de su sociedad: promoverá fielmente el derecho, no vacilará ni se quebrará hasta implantar el derecho en la tierra y sus leyes que esperan las islas. Pedro, resumirá toda la obra de Jesús de esta manera: pasó haciendo el bien (Hechos 10, 38). ¡Salgamos de la parálisis del comienzo de año y hagamos el bien!
Hoy, unos consideran a Dios como irrelevante. Otros promueven a Dios como si fuera un jarabe contra todos los males. Pero en la antigüedad, lo que importaba era qué evaluación hacia Dios de tal o cual persona.
Los primeros cristianos le aplicaron a Jesús los títulos del capítulo 42 de Isaías. Según ellos, Dios nombró a Jesús como alianza de un pueblo y luz de las naciones. Jesús estaba llamado a abrir los ojos de los ciegos, sacar a los cautivos de la prisión, y de la mazmorra a los que habitan en las tinieblas.
En el Evangelio de Lucas, Dios se dirige a Jesús para llamarlo Tú eres mi Hijo amado, mi predilecto.
Se fue otro año. Sigue corriendo veloz nuestra vida. Usted, yo y todos le apostamos a algo, mientras gira la ruleta de la vida, llamada irremisiblemente a detenerse en un número. ¡Qué bueno sería averiguar a qué número le apuesta Dios! ¡Sin duda saldrá premiado! Bote los horóscopos y los adivinos y juéguele todos sus cuartos al mismo número que Dios juega. ¡Apuéstele a Jesús!