En el Evangelio de hoy, Mateo 16,13-20, Jesús pregunta a los discípulos, ¿ustedes, quién dicen ustedes que soy yo? Pedro le responde: “Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo”. – Luego, Jesús le respondió solemnemente: –¡Dichoso tú, Simón! porque eso no te lo ha revelado nadie de carne y hueso, sino mi Padre que está en el cielo. Ahora te digo yo: Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y el poder del infierno no la derrotará. Te daré las llaves del reino de los cielos; lo que ates en la tierra, quedará atado en el cielo, y lo que desates en la tierra, quedará desatado en el cielo”.
Pedro revela la profundidad de la identidad de Jesús. Es cierto que Jesús, por su crítica al templo y la ley, es todo un revolucionario; por su compasión, un hombre extraordinario; por su valentía y relevancia, un líder que arrastra, pero lo fundamental, lo que da sentido a todo, es que Jesús es el Hijo de Dios. En estas palabras de Pedro, Jesús reconoce una revelación del mismo Dios.
Y ahora se revela una de las “decisiones insondables” de Jesús, Pedro, ese pobre hombre que actuará tan torpemente en la próxima escena del Evangelio, y le negará tres veces, ¡Pedro es la piedra sobre la que Jesús edifica su Iglesia! Jesús le confía el poder de atar el mal y desatar a la humanidad de las ataduras contrarias a su vocación más verdadera.
Cuando en el Concilio de Calcedonia del 451 se leyó la Carta del Papa San León I, al Patriarca Flaviano, los padres exclamaron: “¡Pedro ha hablado por boca de León!”.
Jesús sigue edificando su Iglesia sobre Pedro, su piedra escogida.
Eso solo se le ocurre a Jesús. ¡Hágale caso!
Ahora te digo yo: Tú eres
Pedro, y sobre esta piedra
edificaré mi Iglesia, y el
poder del infierno no la
derrotará .