Muchos católicos miran a Jesús como un Dios disfrazado de hombre. El credo dice: el Hijo de Dios se hizo hombre, es decir, asumió plenamente nuestra condición humana, pero no el pecado, que es negación de lo humano. Jesús reveló su divinidad, escondiéndola.
Por amor, siendo Hijo, se vació de su divinidad, asumiendo la condición de siervo, obedeciendo hasta la muerte y muerte de cruz (Filipenses 2, 6 – 11).
Hoy, en Mateo 15, 21 a 28, una mujer no judía importuna insistentemente a Jesús para que actúe a favor de su hija.
La respuesta de Jesús, supone un esquema restringido de la salvación: “solo me han enviado a las ovejas descarriadas de Israel”. La mujer insiste y Jesús le repite un refrán insultante: “No está bien echar a los perros el pan de los hijos”.
La mujer no se da por vencida: “Tienes razón, Señor, pero también los perros se comen las migajas que caen de la mesa de los amos”.
Jesús de Nazaret, galileo de su época plagada de prejuicios raciales, religiosos, políticos, sociales y económicos, exclamó: –¡Mujer qué grande es tu fe! Que se cumpla lo que deseas–.
¿Y si nosotros rompiéramos como Jesús nuestros prejuicios? Enumero cinco falsos presupuestos paralizantes.
Romper el miedo a exigir la rendición de cuentas a todos los niveles de la administración pública y privada.
Regular, legalizar y fiscalizar todos los espacios urbanos y rurales.
¿Los partidos representan al pueblo? ¡Que el pueblo los financie! Invirtamos esos millones en caminos vecinales.
Desde los 10 años, todo estudiante sembrará un número de árboles maderables anualmente, propiedad nacional.
Regular justamente el flujo de bienes y personas en nuestra Frontera, botín de guardias haitianos y dominicanos.
Jesús rompió sus prejuicios, los Restauradores rompieron los de su generación, ¡comencemos a romper los nuestros!