En tiempos de Jesús, Roma celebraba sus victorias con un elaborado rito. La muchedumbre curiosa contemplaba el desfile de los prisioneros encadenados, las tropas arrogantes y el general triunfante montado en un fogoso caballo blanco.
Hoy, Domingo de Ramos, Jesús nos propone otro tipo de liderazgo. El Maestro entró en Jerusalén, montado en un burro, animal humilde y de trabajo. Desde el lomo de un burro, Jesús se ríe elegantemente de todos los que vamos “bien montados”, y nos invita a valorar a los sencillos, a los que cargan sobre sus espaldas el peso del país,
como si fueran burros. Necesitamos un liderazgo comprometido con poner a valer el trabajo de los pequeños, como tantas veces han pedido nuestros Obispos, en aplaudidas e ignoradas pastorales y mensajes.
El cortejo de Jesús estaba compuesto por niños y niñas. ¿Qué victoria logrará el líder Jesús con esa risueña e inquieta tropa infantil en fiesta, rodeándolo engalanada con ramos y flores? Con los ojos de la fe, contemplamos en los rostros de esos niños, la fuerza transformadora de la persona y el mensaje de Jesús. Esos pequeños captaron algo único en el Señor del burro. En Jesús encontraron la buena voluntad para todos, la inocencia del que ofrece una amistad para siempre y desinteresada.
Semana Santa y Mayor, entra Jesús en la Jerusalén asesina, podrida por la intriga y la traición. Pero en la fiesta de los niños con ramos y en el lento andar del burro la única propuesta válida para despertar a la vida diferente se abre paso entre nosotros.
Sea la Semana Santa algo que celebres de corazón o te untes en la piel, que tu mirada se cruce con la del hombre del burro para comprender lo que saben desde hace siglos, el burro y los niños.