En cada esquina de nuestras existencias, se nos plantea la pregunta: ¿cuál es el sentido de la vida y qué nos traerá una felicidad duradera? Asistimos a la competencia entre dos modelos contrarios resueltos a dirigir nuestras vidas.
De un lado, se nos dice que la felicidad está en vivir desentendidos e indiferentes ante los grandes dramas humanos. Se nos invita a buscar la seguridad que proviene del dinero. Por eso, el afán por los recursos rompe familias y amistades. Don Dinero orienta la selección de las carreras y a quién le sonreímos. El afán de ganancias ciega a gente educada en la solidaridad, hasta el punto de no ver, que están explotando a gente pobre, con sueldos de hambre.
El otro modelo aparece retratado en el Evangelio de hoy (Mateo 25, 31 – 46). Jesús está hablando del tema más serio para un creyente: la salvación. Los no creyentes, lo pueden leer en esta clave: ¿cuál es el sentido de la vida? Jesús nos propone que el sentido de esta vida y de la otra está en servir, es decir, responder a los hambrientos, sedientos, los extranjeros, el desnudo y el preso.
La respuesta a esta propuesta nacerá del corazón, pero obligatoriamente cristalizará en opciones que dirigirán la vida pública. Jesús nos llama a servir.
Jesús propone que nos esforcemos por crear e implementar aquellas medidas, que garanticen una vida mejor a las mayorías pobres.
Ocuparse de la política para garantizar, que el trabajo de los pobres les gane una vida digna, es un asunto vital, religioso y espiritual.
Si de cada Padre Nuestro bien rezado se desprenden migas, pues adentro lleva un pan; de cada vida vivida como Jesús la propone, se desprenderá el compromiso espiritual y político contra la pobreza y de ñapa la vida eterna.