En Marcos (3, 20 – 35) encontramos dos de las descalificaciones más violentas padecidas por Jesús.
Primero sus propios familiares querían llevárselo, “porque decían que no estaba en sus cabales”.
El proyecto de vida de Jesús escandalizaba tanto a sus propios familiares, que ¡lo creyeron loco! Hoy en día, muchos padres de familia se alegran cuando sus hijos se enrolan en grupos de la Iglesia.
¿Será que los adultos nos hemos convertido, o será que hemos convertido a Jesús, en una figura que refuerza el sistema egoísta dominante? Se valora la pertenencia, pero no que el joven revise sus ideales y valores.
Le segunda descalificación proviene de los escribas de Jerusalén. Viendo que Jesús curaba a tanta gente, decían: “[Jesús] tiene dentro a Belzebú y expulsa a los demonios con el poder del jefe de los demonios”.
¿Qué remedio se puede encontrar para una persona que llame “malo” a lo “bueno”? Jesús afirma, quien: “blasfeme contra el Espíritu Santo no tendrá perdón jamás”. Lo entiendo así: ¿de qué le servirá el perdón en esta vida o en la otra, a quien blasfema contra el bien? ¡El perdón es un bien que jamás podrá apreciar!
Este evangelio ilumina, nuestra política y vida ciudadana. ¿Puede avanzar un país donde, por un lado, la corrupción alcanza niveles de excelencia administrativa, mientras por otro, la justicia con pocos recursos lucha a “mano pelá”? Jesús enseña: “un reino en guerra civil no puede subsistir”.
Hace poco, las pistas del aeropuerto Las Américas quedaron a oscuras en la noche, ¡se robaron los cables! La corrupción y la impunidad le roban los cables a la justicia y la apagan. Nos jugamos el futuro en crear un país justo, que aplique la ley a toditos. Unidad, no para que un grupito se reparta el poder, sino para buscar el bien de todos.