DESDE LOS TEJADOS
Aguas de muerte y aguas de vida

DESDE LOS TEJADOS<BR>Aguas de muerte y aguas de vida

Este primer domingo de cuaresma, la Iglesia nos alecciona con las figuras de Noé en el diluvio y Cristo en el desierto.  

Siglos antes de Cristo, Israel conoció las tradiciones de sus vecinos. Ellas contaban grandes inundaciones, aguas que dieron muerte a pueblos enteros y a la naturaleza.

   Mediante la narración del diluvio universal, el autor del libro del Génesis (9, 8 – 15) no pretende enseñar historia universal, sino formar  la fe de sus lectores y oyentes. La narración aclara tres temas: que la maldad de los individuos mata la familia, la sociedad y la naturaleza.

Que esa maldad desencadena muerte y destrucción, pero no logra acabar con “la ternura y el amor de Dios que son eternos” (Salmo 24, 4- 9). Con los salvados mediante el arca, empezó una humanidad nueva.

Cuando Noé comenzó a construir el arca, se inició un tiempo de salvación para unos pocos. Cuando Cristo se adentró en el desierto y luego empezó a predicar la Buena Noticia de parte de Dios (Marcos 1, 12- 15), se inició  un tiempo de salvación para todo el que se convierta y crea. La cuaresma es un tiempo de salvación, una llamada a entrar de nuevo en la muerte y la vida de las aguas del bautismo. 

El diluvio mató a los pecadores y barrió la naturaleza contaminada con su maldad. El bautismo nos une a la muerte de Cristo. Con su muerte, Cristo mató la muerte, signo terrible de todo lo que destruye a los seres humanos y daña la creación. Con su resurrección, inició la posibilidad de vivir una nueva vida.

Noé se salvó de las aguas de muerte. Nosotros nos salvamos en las aguas de vida del bautismo, porque en ellas nos adentramos en la muerte y la resurrección de Jesús.

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