DESDE LOS TEJADOS
Ante Dios no hay segundas filas

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Se da el caso de mucha gente buena que rechaza todo tipo de fe. Consideran que la fe es un opio para mitigar los dolores de la realidad injusta. Para otros, la fe infantiliza. Las lecturas que los católicos proclamamos hoy presentan parcialmente qué creemos los judíos y los cristianos sobre la fe y sobre Dios.

Al igual que Samuel, en el pasaje (1 Samuel 3, 3-10. 19) todo creyente maduro se siente llamado por Dios en lo profundo de su ser. Pero le tomará tiempo conocer al Señor. En ese esfuerzo, su gran ayuda será la Palabra de Dios. Para los cristianos y los judíos, las Escrituras no son Dios, como parecerían pensar algunos, sino su Palabra, una lámpara para nuestros pasos. Al principio, Samuel confunde la voz del Señor con la del pérfido sacerdote Elí, porque “aún no conocía Samuel al Señor, pues no le había sido revelada la palabra del Señor.”

La obra de Dios en Samuel no es infantilizarlo, sino responsabilizarlo de su propia vida y de una misión. Samuel empieza a conocer al Señor cuando exclama: “Habla Señor, que tu siervo te escucha”. Samuel seguirá creciendo, llegará a enfrentar a la corrupta familia de Elí y dirigirá al pueblo.

Por desgracia, mucha gente que se autodesigna “religiosa” vive la fe como si fuera un “regateo” con Dios: –Dios, te doy esto a cambio de esto otro que me interesa.– Pero a Dios no le interesa que le ofrezcamos cosas, sino que nos comprometamos nosotros mismos, porque en ese compromiso está nuestra felicidad.  El Salmo 39 lo explica hermosamente: “No quieres sacrificios ni ofrendas y, en cambio, me abriste el oído, no pides sacrificio expiatorio. Entonces yo digo: — Aquí estoy para hacer tu voluntad.–” Creer no es alienarse, sino responsabilizarse con un: ¡aquí estoy!

Quien empiece a creer en Jesús, escuchará la misma pregunta de Jesús a los discípulos en Juan 1, 35 -42. Jesús les pregunta: “¿qué buscan?”  Es decir,  Jesús de Nazaret, está tan convencido de que en Él se encuentra la plenitud de todo lo noble y válido que buscamos en la vida, que empieza por responsabilizarnos de nuestra propia búsqueda. Una vez que usted sepa lo que quiere, recibirá la mejor invitación que le harán jamás: “venga y verá.”

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