DESDE LOS TEJADOS
Cuando Dios es el garante

DESDE LOS TEJADOS<BR>Cuando Dios es el garante

Hubo un momento en la vida de Abraham en que todo lo que Dios le había prometido, seguía siendo promesa. Dios le prometió que sería padre de un pueblo numeroso, y para explicárselo, tuvo que ponerlo a contar estrellas (Génesis 15, 5 – 12. 17 – 18), porque no tenía un hijo. Le había asegurado que poseería la tierra que pisaba luego peregrinar, cuando Dios le sacó de “Ur de los caldeos,” pero esa tierra todavía estaba en manos de pueblos guerreros. A Abraham le brotó la pregunta, ¿cómo sabré yo que voy a poseer esta tierra?

Dios le responde ordenando a Abraham que prepare un primitivo rito de alianza. Al llegar la oscuridad de la noche. Dios pasó por entre los animales partidos por mitad  con una humareda y un fuego ardiente.   En ese momento había dos partes, la promesa de Dios y la esperanza de Abraham, pero Dios ha pasado por el medio, garantizando que la promesa será cumplida.

El Evangelista Lucas 9, 28b – 36  nos coloca junto a Jesús, orando solo en un monte junto a tres discípulos. Su prédica  y sus acciones son una buena semilla que muchos no reciben. Sus propios contemporáneos lo tildan de “comilón y borracho” (Lucas 7, 34). Puede que nos surja la pregunta: ¿Valdrá la pena escuchar a este Jesús que peregrina hacia Jerusalén, centro del poder hostil del templo y de la ley?

Lucas nos presenta en este pasaje la garantía que Dios nos da. El rostro de Jesús cambia en la oración y sus vestiduras resplandecen de blanco. Moisés y Elías, figuras señeras del largo peregrinar de Israel, hablan con él de su “muerte que se había de consumar en Jerusalén”. Es decir, en la muerte de Jesús hay que reconocer el cumplimiento de todo lo prometido. Viendo esta gloria, Pedro quiere levantar tres tiendas, una para Elías, otra para Moisés y otra para Jesús. No le  preocupa su tienda con tal de seguir contemplando esa plenitud. Entonces escuchó la voz de Dios: “Este es mi Hijo, el escogido, escúchenlo”.

La voz nos deja ante Jesús solo. En la Cuaresma y la vida, vamos camino de la cruz y del aparente fracaso. Pero ahora sabemos que Dios garantiza su persona y su mensaje. Podemos ser valientes, animosos y esperar en el Señor (Salmo 26).

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