DESDE LOS TEJADOS
Del regateo y la trampa, a la fe

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Durante la Cuaresma, camino hacia la celebración de la Pascua de Jesús, la Iglesia nos exhorta a que revisemos cómo nos estamos relacionando con Dios.

Entre nosotros, vemos personas que van a las iglesias, o colocan un crucifijo en la cabecera de su cama, pero luego le faltan al respeto a su mujer y a sus hijos, o no saben fiestar sin pasarse de tragos, gastan sus pocos chelitos en bancas de apuestas, tan mimadas y extrañamente protegidas por nuestros congresistas. La misma gente que dice tener convicciones religiosas, o se presenta como patriótica y honesta, se apropia injustamente de los recursos que administra, o cae en un ejercicio corrupto de su vida profesional y empresarial. En el pasaje del libro del Éxodo 20, 1- 17, se nos manda “No tendrás otros dioses frente a mí”. ¿Qué son las infidelidades, las borracheras, las apuestas y la corrupción rampante, sino dioses tiránicos y terribles que destruyen la vida familiar y nacional?

El Dios Vivo y Verdadero se define así: “Yo soy el Señor tu Dios que te saqué de Egipto, de la esclavitud”. Dios no quiere a nadie esclavizado.

En el Evangelio, que todos los católicos meditaremos este Domingo (Juan 2, 13 – 25),  vemos a Jesús con un látigo echando a todos del templo: los bueyes, ovejas y  los mercaderes y cambistas. Jesús quería que su gesto simbólico fuera comprendido según la profecía de Zacarías (14, 21), “En aquel día (día de la revelación definitiva) no habrá ya traficantes en el templo del Señor de los ejércitos”.  El negocio de los animales, los traficantes y el templo  de Jerusalén han pasado,  Jesús es el templo verdadero para encontrar a Dios.

Cuando la gente “religiosa” irrespeta a sus padres, recurre a la violencia, adultera, roba y miente, profesa una religión de “traficantes,” que no buscan creer, sino negociar con Dios a ver qué le sacan. La Cuaresma es un tiempo de gracia para dejar atrás todo lo que sea “negociar” con Dios y pasarnos a la fe en Jesús. El Evangelio nos lo presenta como el que levanta lo destruido y resucita de la muerte. Cercana la Pascua, revisemos con sinceridad cómo nos relacionamos con el Señor. Renunciemos a los regateos tramposos, “él sabe lo que hay dentro de cada hombre y mujer”.

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