Respecto de las oportunidades, nuestros pueblos se dividen claramente en dos sectores: de un lado, la mayoría de la población que ahora vive hacinada en barrios pobres insalubres y antes vivió en campitos abandonados, del otro lado, una minoría formada por los que hemos tenido oportunidades en salud, vivienda y educación.
El Evangelio de hoy (Mateo 21, 33 43) nos retrata como los labradores a quienes el Señor ha arrendado su viña escogida. Fue plantada con amor, rodeada de una cerca y provista de un lagar donde procesar las uvas. Con Isaías, el dueño podría haber exclamado: ¿Qué más cabía hacer por mi viña que yo no lo haya hecho? (5. 17).
A los sectores dirigentes nos sucede como a los labradores de la parábola: recibimos una serie de oportunidades y nos hemos olvidado que nuestras oportunidades debían producir frutos en bien de otros y del dueño. Tarde o temprano Dios y la vida nos van a pasar factura.
En la parábola, el dueño de la viña envía embajada tras embajada de criados a reclamar sus frutos, pero los labradores los maltratan, apalean y matan. En nuestros pueblos se han ignorado los graves avisos y denuncias de sectores responsables, como nuestros Obispos en sus Mensajes, y tenemos en nuestro haber la amenaza, el maltrato y hasta la muerte de comunicadores sociales y líderes populares.
A la base de esa actitud negativa está el rechazo de Jesús de Nazaret, piedra angular de una sociedad justa.
El veredicto de Jesús es un llamado a reflexionar: a ustedes se les va a quitar el Reino de los cielos y se le dará a un pueblo que produzca sus frutos.
Trabajemos por construir una sociedad justa para todos. El crimen ha dañado nuestra paz, pero sólo es un embajador de algo peor.