DESDE LOS TEJADOS
Familia, tan sagrada y descuidada

<STRONG>DESDE LOS TEJADOS<BR></STRONG>Familia, tan sagrada y descuidada

Hoy la Iglesia nos pone a considerar la Sagrada Familia: Jesús, María y José. La primera lección que nos enseña la Sagrada Familia es que la familia es sagrada.

En ella se realizan aprendizajes permanentes: la ternura, la identidad propia,  el alimento compartido, la lengua, el amor a la patria y sus tradiciones, la relación con los demás, la naturaleza, los derechos y las responsabilidades. Aquella familia campesina, de condición modesta y trabajadora, fue la primera escuela de Jesús.

En este país pobre, quien invierta sus recursos y talentos en crear puestos de trabajo y una vivienda digna, está aportando una ayuda decisiva a la familia y a la patria, pues en  ella se asimilan las actitudes básicas que construyen las naciones.

La lectura del libro del Eclesiástico (3, 2 – 14) pide a todo hombre y mujer, honrar y respetar a su padre y a su madre. En muchas familias dominicanas, el padre trabaja largas horas en la calle. Casi la mitad de las familias dominicanas dependen de una mujer, muchas veces, extraordinaria, que gana el sustento, cocina, limpia, lava, pone orden en la casa y educa como puede a sus hijos, valiéndose de la escuela o liceo público más cercano. ¡Qué difícil es fomentar el respeto en condiciones tan inhumanas y precarias!   

En su mensaje para la Cuaresma de 1998, Juan Pablo II nos exhortaba: “La Palabra del Señor adquiere así nueva actualidad ante las necesidades de tantas personas que piden una vivienda, que luchan por un puesto de trabajo,  que reclaman educación para sus hijos. Respecto a estas personas, la acogida sigue siendo un reto para la comunidad cristiana, que no puede dejar de sentirse  comprometida en lograr que cada ser humano pueda encontrar condiciones de vida acordes con su dignidad de hijo de Dios.”

Juan Pablo II, peregrino de los pueblos, captó la necesidad fundamental de un hábitat digno para la familia. Pues aquí hay muchas familias pobres viviendo en unas estrecheces  terribles, que se sobrellevan mutuamente, se perdonan, mantienen la unidad y viven la paz de Cristo (Colosenses 3, 12 – 21). 

Hemos puesto a valer nuestras playas hermosísimas, pongamos a valer a tantas familias pobres que ya viven heroicamente valores y actitudes de gran calidad humana, en estrecheces inhumanas, que necesitamos transformar con otro corazón y otro presupuesto.

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