Desde los tejados
Interpelados por dos viudas pobres

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Algunos ya andan en Navidad, pero ni han examinado despacio su 2009, ni se atreven a preparar el corazón para acoger una Navidad que no venga envuelta en papel de más-de-lo-mismo sino de esperanza cierta. Antes de que se acabe el año litúrgico, con la solemnidad de Cristo Rey (el 22 de noviembre), la Iglesia nos confronta hoy con dos viudas pobres.

La primera aparece en el primer Libro de los Reyes (17, 10 – 16). El profeta Elías le pide a una viuda pobre agua y pan. El país vive una situación de sequía y escasez. La viuda le expresa su extrema necesidad: sólo le queda un puñado de harina y un poquito de aceite. Pero la viuda pobre le hace su pancito al profeta. Su poquito de harina y de aceite sorprendentemente nunca se acabaron.

En el Evangelio de Marcos (12, 38 – 44) encontramos a Jesús sentado enfrente del arca de las ofrendas, mirando cómo los ricos echaban grandes cantidades. Luego vio a una viuda pobre que echó dos moneditas. Jesús llama la atención de sus discípulos, porque ella ha echado “todo lo que  tenía para vivir”.

Las gentes con medios lamentamos nuestro poco tiempo y nuestros recursos comprometidos. Pues a nosotros nos toca discernir a qué asunto relevante nos conviene entregar más nuestro tiempo y recursos, sin faltar a nuestros deberes fundamentales en la familia y la vida.

Los que madrugamos para montarnos en un avión, estamos llamados a madrugar para que las mayorías vean el  amanecer de una vida más humana.

Los  pobres necesitan que se cuente con ellos.  Hace falta que los que mandan y pueden reconozcan a los pobres como protagonistas de su progreso. Esperando la orientación de los especialistas,  propongo este ejemplo: usar las tierras disponibles para crear viviendas dignas, bien comunicadas, con áreas verdes, escuelas, dispensarios, agua, electricidad, recogida de basura, viveros y seguridad. Ni la gente chiquita, ni este país pobre necesitan “benefactores” que regalen viviendas, sino proyectos a largo plazo y financiados por los mismos pobres. Los que tienen que ponerse de acuerdo son los que mandan, no para repartirse el poder, sino para que el bien común prospere. Si aparece un liderazgo confiable, participativo y transparente, con los pobres se puede contar. Ellos, como las viudas, entregarán “todo lo que tienen para vivir”.

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