El evangelista Marcos refiere cómo estando en Cafarnaúm se corrió la voz de que Jesús estaba en casa, y muy pronto se aglomeró tanta gente, que ya no había sitio frente a la puerta (Marcos 2, 1 -12). De pie y apeñuscados, escuchaban atentos mientras él les enseñaba su doctrina.
Pero esta docencia se vio interrumpida. Un grupo de hombres que traía a un paralítico, al ver que no podían acercarse a Jesús por la cantidad de gente, quitaron parte del techo, encima de donde estaba Jesús y por el agujero bajaron al enfermo en una camilla. ¡Le interrumpieron la clase a Jesús!
Los camilleros sorprendieron a todo el mundo con su maroma para buscar la curación del enfermo.
El Maestro interrumpido los sorprendió a ellos. Viendo su fe, dijo al paralítico:
— Hijo, tus pecados quedan perdonados–. ¿Valorarían aquel hombre y sus camilleros lo que Jesús le estaba regalando? El perdón no recuerda lo pasado; es como abrir un camino en el desierto y hacer que corran ríos en tierra árida (Isaías 43, 18 25). Como toda persona perdonada, el paralítico estaba naciendo a algo nuevo.
Pero el perdón de Jesús escandalizó a los escribas. Comenzaron a pensar: Eso es una blasfemia. ¿Quién puede perdonar los pecados sino sólo Dios?
Mundialmente hace falta interrumpir la docencia con lo que necesita ser curado: nuestra astuta sociedad para el disfrute, es paralítica para la solidaridad.
Hace rato que mucha gente piensa, que no hay Dios, y el pecado consiste en que te descubran cometiéndolo. Están paralizados para hacer el bien. El dinero, el aplauso, el placer y el poder son sus camilleros y dueños.
¡Qué novedad irrumpiría en nuestras vidas si oyéramos al Maestro mandarnos: –levántense, carguen sus camillas y regresen a sus casas–!