Desde finales del siglo I, se veneraban en Roma las tumbas de los apóstoles san Pedro y san Pablo. En el día de hoy, la Iglesia los recuerda.
Jesús ayudó a Pedro y a Pablo a dejar atrás la estrechez de sus esquemas mentales.
Pedro ejerció sobre la primera comunidad un firme liderazgo. Jesús mismo lo reconoció, tú eres Pedro y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia (Mateo 16, 18). Pero Pedro tenía su esquema de lo que debía ser un Mesías, y cuando Jesús le comunica que será descalificado y llevado a la muerte por las autoridades, Pedro se atrevió a darle lecciones a Jesús: Líbrete Dios, Señor! ¡No te pasará a ti eso! Piedra y todo, Jesús recriminó a Pedro ásperamente: ¡Quítate de mi vista, Satanás! Eres un peligro para mí, porque tu idea no es la de Dios, sino la humana (Mateo 16, 21 23). El peligro de Pedro sigue siendo nuestro: reducir el mesianismo de Jesús a un esquema humano de poder y éxito. Al igual que Pedro, nos toca descubrir el camino del seguimiento de Jesús. El Maestro se lo mostró a Pedro: cuando seas viejo, extenderás las manos y otro te pondrá el cinturón para llevarte a donde no quieras ir (Juan 21, 18 – 19).
Pablo ponía toda su honra en sus orígenes judíos, circuncidado a los ocho días de nacer, israelita de nación, de la tribu de Benjamín, hebreo de pura cepa y, por lo que toca a la Ley, fariseo; si se trata de intolerancia, fui perseguidor de la Iglesia, si de la rectitud que propone la ley, era intachable (Filipenses 3, 5 6).
Pero Pablo tuvo un encuentro con Jesús, y valorará de una nueva manera su pasado: todo ello lo tengo por basura con tal de ganar a Cristo (Filipenses 3, 8).
En los cimientos de la Iglesia se encuentran dos hombres a quienes Jesús de Nazaret les rompió sus esquemas. También, Benedicto XVI, sucesor de Pedro, nos llama a dejar atrás nuestros esquemas egoístas, para amar desinteresadamente.