DESDE LOS TEJADOS
La mujer que creyó en la promesa

<STRONG>DESDE LOS TEJADOS<BR></STRONG>La mujer que creyó en la promesa

La Iglesia celebra hoy la asunción de María. Para ella, la peregrinación hacia el Padre ha terminado. Su asunción nos llena de esperanza a los que todavía caminamos la ruta penosa de la vida. Tal y como lo leemos en la 1ª Carta  a los Corintios (1ª Corintios 15,20-27) Cristo resucitado es la primicia de todos los que han de resucitar. La Iglesia nos enseña que María ya participa de esa victoria sobre la muerte y sus secuaces. Afinquémosnos en el bien; lo que vive María lo viviremos todos.

La marcha de la humanidad hacia sociedades que respondan a los derechos fundamentales de las mayorías parece haberse empantanado. Acabamos de ver el lamentable espectáculo de los partidos “dedocráticos” nombrando desde sus cúpulas a muchos de sus candidatos para imponernos más de lo mismo.

Varios comunicadores sociales de reconocida responsabilidad han denunciado graves anomalías de servidores públicos en el ejercicio de sus cargos. A su denuncia valiente se responde con el silencio y la amenaza.

Por aquí y por allá brotan de la tierra tallos verdes, tiernos y frágiles, ciudadanos dispuestos a luchar por “una patria servida como se merece”.

Se anudan hermosas coaliciones de asociaciones que exigen la transparencia, la consulta seria y las prioridades consensuadas. Ellos mismos saben que esa sociedad nueva es una criatura amenazada. Tal y como lo refiere Apocalipsis 11,19a; 12,1.3-6a.10ab “el dragón estaba enfrente de la mujer que iba a dar a luz, dispuesto a tragarse al niño en cuanto naciera”. La escritura nos dice que la “mujer vestida de sol”, figura de la Iglesia creyente y de María, huyó al desierto.

La María de la asunción victoriosa es la María del desierto. El desierto es la vida escondida en el servicio humilde, la oración y la dicha de creer en un Dios  que no defrauda. Los que luchan por una sociedad diferente no deben temerle al desierto del trabajo pequeño en la buena dirección, aunque no se vean resultados.

Celebremos hoy que María ya llegó y cantemos su canto (Lucas 1, 39 – 56) transformador de corazones y sociedades. No seamos soberbios  de corazón, pues el Señor los dispersa. Los poderes del egoísmo, que desde sus tronos contemplan indiferentes la miseria de millones, serán derribados.  Y habrá un abrazo fraterno para los humildes y los hambrientos.

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