DESDE LOS TEJADOS
Pan de vida para la ruta más larga

<STRONG>DESDE LOS TEJADOS<BR></STRONG>Pan de vida para la ruta más larga

La pasión humana por dejar una huella imperecedera en la historia es tan grande, que no respeta nada. Unos desaprehensivos han tallado sus nombres en las rocas que coronan el Pico Duarte, espacio sublime, cima de la isla arrullada dulcemente por pinos respetuosos, tribuna desde la que enseña, sereno y sobrio, Juan Pablo Duarte, su mensaje todavía no escuchado. ¡La base de su estatua está llena de grafitti! En las tablas de los refugios que guarecen a los cansados caminantes de nuestras montañas,  se leen nombres y fechas de hombres y mujeres, que pasaron y necesitaban dejar su huella. Las ciudades están llenas de calles bautizadas por próceres,  tarjas y estatuas de bronce, mensajes  con vocación imperecedera, que quisieran derrotar la muerte y el olvido. Cada uno de nosotros aspira a que sus amores, obras, y sobre todo, el propio ser e identidad, perduren eternamente.

En el Evangelio de hoy, Juan 6, 41 -51, Jesús responde a ese anhelo humano, cuando se presenta como “el pan que baja del cielo para que el hombre coma de él y no muera”. Juan, el Evangelista, escribe desde una Iglesia que sigue celebrando, como nosotros, la Eucaristía instituída por Jesús poco antes de morir. No se trata de que quien participe del pan eucarístico no morirá la muerte que conocemos, sino que más allá de la muerte “vivirá para siempre”.

El maná fortaleció al pueblo de Israel para cruzar el desierto de la libertad hacia la tierra prometida. A Elías le dieron un pan cocido para romper las cadenas de su amarga derrota  y de su fatalismo, para retomar su vocación de profeta. No le dieron un pan mágico que resolvía todos los problemas. Al contrario, le brindaron una comida y una bebida para fortalecerlo, “porque el camino era superior a sus fuerzas” (1 Reyes 19, 4 -8).

Todo creyente está llamado a trabajar por transformar la pobreza en una situación de bienestar humano que todavía no existe. Nosotros también caminamos el desierto de la libertad, y el camino es superior a nuestras fuerzas. Pero cada vez que participamos de la Eucaristía, luego volvemos a la lucha, confirmados por la certeza que hay quien guarde nuestros amores y esfuerzos.

Lo noble de nuestro existir ya sabe a pan y a vida eterna.

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