Desde los tejados
Papá, tu vocación nos inspira

<STRONG>Desde los tejados<BR></STRONG>Papá, tu vocación nos inspira

Vivimos en una sociedad profundamente machista y, sin embargo, entre nosotros hay padres de familia que cumplen a cabalidad el mensaje de Pablo a los Efesios (4, 1- 6) “Sean siempre humildes y amables, sean comprensivos, sobrellévense mutuamente con amor, esfuércense en mantener la unidad del Espíritu con el vínculo de la paz.”

Desde 1967 he conocido padres de familia que me han enseñado lo que es la humildad. Muchas veces, ellos ganaban más dinero que su mujer, pero eso no les llevaba a engreírse. Al contrario, se daban a la tarea de valorar las largas horas de trabajo de su mujer en el hogar, bregando con los clientes y jefes más implacables: ¡los hijos!

La amabilidad, particularmente de algunos de los hombres pobres de este país, es admirable. Ahí están los “buenos días” y la sonrisa sincera para el vecino, que tal vez compartió la bulla de su bachata de amargue más allá de la hora debida.

Muchos hombres la emprenden a puños con el hijo adolescente que botaron de la escuela, pero hay padres que saben sentarse discretamente en un banquito en la parte de atrás de su rancho, para escuchar de sus labios porqué fue la pelea. Mañana los regañarán en su trabajo, porque fueron con sus hijos a dialogar con la Directora.

Si en los Juegos Olímpicos creasen la disciplina del “sobrellevarse”, más de un padre dominicano ganaba el oro.

Vienen primero los que luego de un exigente día de trabajo, van a coger una gotera al rancho de la suegra, y allá saludan a los cuñados “tajalanes”  encadenados a un dominó. Llegan los hombres que se sirven de último para que sus jóvenes coman lo mejor del pollo. Contemos en este grupo al padre que se calla y mira dulcemente a su mujer, cuando al anochecer, le pelea por llegar tarde. A ella no le importa el concreto que él andaba vaciando en la Anacaona, pero él la comprende al verla sudorosa y harta, torturada por el sol de julio, en el rancho de zinc, con un apagón cariñoso, que empezó a media mañana y amenaza reelegirse, con la montaña de ropa del lavaíto, esperando una plancha nocturna.

Doce veces he mirado lejos desde la cima del Pico Duarte, padres así nos ponen a mirar más lejos.

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