Desde los tejados
Para el Señor Jesucristo todos viven

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Muchos viven la muerte de un ser querido con los mismos sentimientos del libro de las Lamentaciones (3, 17-18) “me han arrancado la paz y ni me acuerdo de la dicha…se me acabaron las fuerzas y mi esperanza en el Señor.”

No hay nada malo en el duelo de un ser querido, ¡hasta lo encontramos en la Palabra de Dios! Pero estamos llamados a superarlo con la esperanza en la resurrección, “hay algo que traigo a la memoria y me da esperanza: que la misericordia del Señor no termina y no se acaba su compasión…” (3, 21 – 22). La misericordia del Señor no termina con la muerte.

Poco a poco y a lo largo de los siglos, Israel fue llegando a la conclusión de que la muerte, el Agresor por antonomasia,  no sería la última palabra sobre ningún hombre o mujer. En el libro de Job, obra posterior al siglo VI a.C.,  leemos: “Yo sé que está vivo mi Vengador y que al final se alzará sobre el polvo; después que me arranquen la piel, ya sin carne, veré a Dios; yo mismo lo veré, y no otro, mis propios ojos lo verán.” (Job 19, 25-27). Job comprendió que nuestro Vengador contra la muerte agresora es Dios mismo. Recordar a nuestros muertos es participar en la victoria del Señor sobre la muerte.

Cada vez que los católicos celebramos la Eucaristía, memorial de la pascua de Jesús, hacemos memoria de nuestros muertos y hasta los mencionamos por nombres y apellidos. ¿Será esto una inútil concesión a la implacable nostalgia? Ser cristiano es creer que Jesús ha vencido a la muerte y es “el primero en nacer de la muerte” (Colosenses 1, 18). Detrás venimos nosotros.

Jesús de Nazaret nos enseñó que andamos bien encaminados cuando para hablar de nuestros muertos adoptamos la perspectiva de Dios.  Jesús enseñó: Dios es “El Dios de Abrahán, y Dios de Isaac y Dios de Jacob. Y Dios no lo es de muertos, sino de vivos, es decir, para él todos ellos están vivos” (Lucas 20, 37 – 38).

Todo el que ha subido la Pelona, desde el Baíto, recordará durante toda su vida, cómo se le ensancha el corazón, al escuchar,  desde la cumbre, y en medio de la niebla, el “¡ya llegamos! victorioso de los que ya llegaron. Nuestros muertos ¡ya llegaron!

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