Desde los tejados
Pascua, amor y la derrota de Judas

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La Iglesia nos pone a meditar hoy en el  testamento de Jesús. Un hombre consciente de su muerte cercana habla la verdad y comunica aquello que le interesa dejar grabado en los corazones de sus seres queridos. Juan, el evangelista, nos presenta a Jesús enseñando a sus discípulos: “Les doy un mandamiento nuevo: que se amen unos a otros; como yo los he amado, ámense así  también entre ustedes” (Juan 13, 31-33a. 34-35).

En aquel momento, Judas acaba de salir a traicionarlo; los enemigos de Jesús estrechan implacables su círculo asesino de intrigas, mentira, soborno, poder y violencia, ¡y Jesús  hablando de amor! ¿Habrá sido Jesús el más sublime de los ingenuos?

Con toda razón y sabiduría la Iglesia nos pone a meditar, ahora, durante la Pascua, el mandamiento nuevo de Jesús. La Pascua, pasión muerte y resurrección de Jesús, nos pone en la ruta correcta para entender el valor del amor con que nos amó Jesús.

El Maestro vivió sin trampas, no pactó con el mal, no se apoyó en los privilegios ni la violencia, pasó haciendo el bien, curó a los enfermos, predicó su mensaje sin importarle las amenazas de los poderosos ni el apoyo superficial de las masas, apeló a lo que hay de mejor en cada persona, incluso de sus enemigos,  fue fiel hasta el final y hasta murió perdonando a sus verdugos. ¡Pero el Padre lo resucitó! No lo dejó preso de las ataduras de la muerte y la descalificación. A Judas se lo tragó la noche. El Padre, resucitándo a Jesús, mostró la validez imperecedera de su persona y de su mandamiento nuevo. Por eso el salmo 144 le canta así: “Tu reinado es un reinado perpetuo, tu gobierno va de edad en edad”.

Mucha gente de buena voluntad quisiera ver “un cielo nuevo y una tierra nueva”. Un cielo nuevo, es decir, utopías, creencias, ideales que no promuevan el abuso,  la violencia y la exclusión. Una tierra nueva, es decir, secar “las lágrimas de sus  ojos”, la muerte, el luto, el llanto y el dolor.” (Apocalipsis 21, 1-5a). 

¿Ingenuidad sublime? A los ojos de Judas y ante los malechores sonrientes luce ingenuo, pero  quien se atreve a amar en este mundo traidor, apuesta al mismo número de Aquél que libró a Jesús de la muerte y la ignominia.

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